Hola, me presento: soy la palabra “indiscriminadamente”.
No soy la más larga del diccionario, lo sé. Me gana por ejemplo “esternocleidomastoideo”, hay que tener ganas de llamarse algo para llamarse así. Pero mi longitud no es motivo de orgullo, os aseguro que es un suplicio tener un nombre tan largo. Veinte pulsaciones en el teclado del ordenador; veinte curvas y recurvas del boli cuando alguien se arriesga a escribirme en una hoja de papel; cuatro puntitos, con la precisión que ello comporta a la hora de situarlos justo encima de la i correspondiente.
Entiendo que nadie me quiera, que cualquier escritor me sustituya por otra expresión cuando no tenga más opción que referirse a mí, que nunca haya aparecido en un poema de amor, que ni Cervantes, ni García Márquez, ni Muñoz Molina me hayan incluido jamás en alguna de sus novelas.
Además, no sólo soy fea y antipática a la hora de escribirme; pronunciarme también es una lucha fonética, con esa “n” y esa “d” seguidas que se enredan en la base de la nariz pugnando por no salir; o esa sucesión de consonantes, “scr”, que al huir por la mella del incisivo hacen difícil decir el resto de mi nombre, que sale atropellado, como asfixiándose. No fluyo, no brillo, no doy esplendor, no enamoro. Nunca alcanzaré la categoría de susurro.
¿Y cuando me parten al final de un renglón por ser tan larga? Lo hacen sin miramientos, sin sensibilidad, ¡hala!, les da igual partirme por cualquiera de mis ocho, ¡ocho! sílabas, como si fuera un colín de panadería, plas, con la frustración que ello conlleva. Nadie sabe lo que se sufre al ver la mitad de tu cuerpo escrita al inicio del renglón siguiente; porque se ve, lo aseguro, se ve. Es como si al abrir la puerta de tu casa para salir a la calle vieras que tus piernas ya están atravesando el portal; desmoraliza.
Por eso envidio las palabras cortas, sobre todo las conjunciones copulativas. Y, e, ni, que. Breves, un sólo golpe de aliento, seguras, rotundas, indestructibles, inseparables en sus componentes. Y las envidio no sólo por esas cualidades, sino sobre todo por ser copulativas. Únicamente se las pronuncia o escribe para copular, a derecha e izquierda, con adjetivos, verbos, sustantivos e incluso con complementos circunstanciales, bendita promiscuidad. Yo nunca copularé, nadie querría hacerlo con una palabra tan llena de letras, tan picuda, tan partible en cachos, tan larga; en mi caso el tamaño sí importa, pero para peor.
Pero es mi destino, qué le voy a hacer. Seguiré saliendo de las escasas gargantas que me pronuncien, de los pocos teclados que me pulsen o de los olvidados renglones donde me lean, sin calor, sin fe, y moriré virgen cuando ya sólo existan en nuestro diccionario barbarismos heredados de otras fronteras. Perra vida la de algunos...
(Foto: una de mis plumas)