martes, 17 de julio de 2012

Allá arribotas


Caravaca está protegida por poniente con una serie de montañas: el Cigarrón, los Siete Peñones, la Peña Rubia, el Cerro Gordo, el Buitre, Pinar Negro... Precioso subirlas, recorrerlas, olerlas, sentirlas. O simplemente observarlas en el horizonte por encima de nuestros pinreles mientras nos tomamos el bocata y un buchito de agua de Las Fuentes, panzarriba, como en este descanso en la cima del Calar mirando a los Siete Peñones.

domingo, 15 de julio de 2012

Pilca


Me han dado muchos besos en mi vida, pero recuerdo uno especialmente. Yo viajaba hacia Argelia, donde trabajaba, y tú me acompañabas por primera vez. Yo estaba sentado junto a la ventanilla del avión; tú, a mi lado. Te acercaste en silencio y besaste mi mejilla, cálidamente, con una sonrisa en los labios. El cariño y la ternura que me transmitieron aquel beso quedaron grabados en mi piel para siempre. 

Unos meses antes nos habíamos prometido aquello de “hasta que la muerte nos separe”, expresión que no he vuelto ni volveré a pronunciar jamás. Quince años maravillosos, dos hijos a los que quiero más allá de los límites racionales, un período irrepetible; si hoy valgo algo como persona y como profesional te lo debo en buena parte a ti. 

Luego nos separaron circunstancias bien diferentes a la que se nos anunciaba o amenazaba en el intercambio de anillos olvidados; la eternidad dura lo que se tarda en deletrearla. Porqués sin respuestas, un sentimiento de culpabilidad que me ha acompañado y me acompañará siempre, el inicio de nuevos caminos, de besos diferentes, de promesas distintas algunas veces cumplidas. 

Quiero pensar que has sido feliz, que la persona que encontraste, que te cogió la mano y no la ha soltado hasta hoy, te ha dado lo que yo no supe, no pude o dejé de darte. 

Hoy soy yo quien se acerca a la ventanilla del avión que te devuelve al origen mineral y quien besa tu mejilla con inmenso cariño, mientras una lágrima serena, sin retorno, escapa de mis ojos, y de mis labios brota un susurro tardío. Demasiado tardío. 

(Foto: Pilca)

lunes, 9 de julio de 2012

Maternidad


La avispa hace su avispero en la contraventana de mi dormitorio. Precioso bichejo que sólo pretende vivir en paz. Si ataca es porque se siente amenazada, o porque defiende a su prole. Como haría yo. Esta ha tenido suerte, no la voy a matar. Como buena madre, terminará de hacer el avispero, de poner sus huevos en las celdillas, de procrear una nueva generación de avispillas, cada vez menos frecuentes. Eso sí, procuraré no olvidar que está ahí y no cerraré la ventana en unas semanas, no sea que si lo hago ella no entienda que yo la quiero mucho y me endiñe un aguijonazo al confundirme con un enemigo. Enternecedor animalico, la avispa.

lunes, 2 de julio de 2012

Tu último pelo



Cada vez que vienes a nuestro refugio clandestino suenan los pífanos de la ilusión en mi interior. Reboso. Sólo estás unos días, pocos, locos, y cuando te marchas vuelve a inundarme el sintiísmo, la nostalgia, el recuerdo, la tristeza. Antes de marcharme yo, dos días más tarde, barro, limpio, friego baño, dormitorio, cocina, baldosas, suelos, uno es muy aseado, y siempre encuentro pelos de tu cabellera por doquier. Los pelos de la pasión, del desenfreno, del peinado desenredador. De la lagrimilla. En la sábana, en la almohada, en el suelo, en la bañera, en el microondas, hasta en el congelador de la nevera los he encontrado. Pelos atrapados en la escoba, que al retirarlos a mano para echarlos al cubo de reciclaje es como si los acariciara otra vez. Pelos tuyos, inconfundibles, negros, finos, largos de cuarenta centímetros. Pelos.

Desde la última vez que estuviste en él, he visitado cuatro veces nuestro refugio clandestino. Solo, sintigo. Al marcharme, me armo como siempre de mopas, fregonas, kahachesietes, y barro, limpio, fregoteo, doy esplendor. Siempre ha aparecido algún pelo tuyo, como una reliquia de tu última vez, abrazado a una pelusilla de esas que florecen bajo las camas, o detrás de una puerta, o enrollado en la a del teclado del portátil. Cada vez son menos numerosos, como mis lagrimillas, pero siguen apareciendo. 

Ayer, antes de dejar el refugio clandestino después de pasar unos días solitarios, barrí de nuevo, y sólo encontré uno de tus pelos negros inconfundibles, oculto bajo la pata de una silla de la cocina. Tu último pelo. Ya no hubo lagrimilla nostálgica, la intensidad de mis añoranzas también disminuye a medida que voy encontrando menos pelos tuyos, hasta desaparecer, supongo, cuando mis escobas, mopas, pañitos de mercadona, bolsas de la aspiradora aparezcan total y definitivamente liberados de tus cabellos. 

Vas a tener que coger tu jet privado, o tu bmw, o el ave, o la bici azul con timbre niquelado y volver unos días conmigo a nuestro refugio clandestino, para inundarnos de besos y para sembrarlo de nuevo con tus cabellos largos, negros y etcéteras, si no quieres que me olvide hasta de tu nombre... ¿Manuela?

(Foto: pelo largo, fino y etcétera en lavabo)