Para mí, Mayrena siempre ha sido hembra. Seductora, sensual, atractiva por sus perfiles ondulados, su mirada verde, su ternura, su forma de tratarme. Hembra. Y la cueva siempre la imaginé como la vagina de esa Mayrena-hembra, qué le vamos a hacer, soy poeta y cachondo. Cada vez que entraba en la cueva, excitado, imaginaba que ella también gozaba como yo, y que las caricias que siempre doy a sus paredes y estalactitas le proporcionaban un inmenso placer que estallaba en un orgasmo final de cal, humedad y silencio. Nuestro amor, clandestino, intermitente, pasional, sin preguntas, oculto, guarrete, tenía todos los ingredientes para durar mientras mis piernas me permitieran trepar hasta su cadera.
Pero un día, rebuscando en los recovecos de la cueva como hago siempre a la luz de la linterna, descubrí algo que no había visto hasta entonces. Me sorprendió. Un falo. Pétreo, sí; breve, también; pero falo. Semierecto y con el paquete testicular bien identificable.
Desde entonces, mis sueños se han diluído, mis versos no riman, mis sentimientos discrepan. Ahora, cuando penetro en sus entrañas, pienso que quizá Mayrena no sea hembra sino hombre, y la cueva, su bragueta. Que Mayrena me ha tenido engañado durante lustros. Que la cueva no es cueva sino cuevo.
O quizá lo que yo pienso que es un falo, un humilde cipotillo, no es sino el clítoris de mi cueva, lo que confirmaría mi teoría sobre la feminidad de Mayrena. No investigaré demasiado, moderaré mis caricias y mis manipulaciones de ahora en adelante en esa zona de conflicto, no sea que en pleno paroxismo se derrumbe la cueva y me trague como hizo con la cabra (otro día hablaré de la cabra)
Pero da igual, sigo tan enamorado de Mayrena, ella o él, que acudo a visitar la cueva, fascinado y excitado, cada vez que viajo a esta bendita tierra; hay amores que sí son eternos. Si al final es un cuevo, pues bueno, no pasa nada, cambiaré mis esquemas mentales, la polaridad de mi excitación, mis posturas, y seguiré subiendo como un verraco, ciego perdío, para continuar gozando de sus encantos, de sus caricias, son ya muchos años de amor incondicional y pasión desenfrenada como para olvidarlos ahora por un cipotillo más o menos.
(Foto: formación fálica en la cueva de Mayrena)