La máquina del tren frenó más violentamente de lo ordenado ―quizás algún equinóptero cruzó la vía―, los bujes chirriaron impotentes, el piñón del diferencial se pandeó, crujieron los engranajes planetarios, la corona cónica se espiralaba, se retorció entre lamentos el resorte de Belleville, chillaron con gritos agónicos el portador, el pistón del freno y la maza, chispas... Los vagones se precipitaron con estruendo unos contra otros. Los pasajeros fueron sacudidos, violentados, y una mujer de falda azul que en ese momento se hallaba caminando por el pasillo ―venía del bar de comer algo, creo, eran las dos de la tarde― no pudo sujetarse, cayó, rodó por el pasillo y se detuvo finalmente en postura grotesca a los pies del sacerdote que fingía leer su breviario.
(Foto: el túnel de la vieja estación de Calasparra)