La gente anda cabreada, es un hecho. Con o sin razón. Más en las grandes ciudades que en los pueblos. Más los políticos que los ciudadanos que trabajan. Más los discriminados que los discriminantes.
Yo me pregunté una tarde que me preguntaba cosas: “¿Cómo se podría medir el grado de cabreo de las personas?”. Y se me ocurrió diseñar el “cabreómetro”, cuyo esquema figura ahí arriba. Su fundamento se basa en el hecho de que, a mayor cabreo, mayor es el fruncimiento del entrecejo, de manera que el susodicho entrecejo se junta y apretuja a medida que el nivel cabreístico aumenta. A mayor ajuntamiento entrecejero, mayor cabreo.
En esencia, el cabreómetro (Cabreating System) consiste en una perilla de caucho (semejante a la famosa lavativa) rellena de un líquido rojo, y una escala numerada. La perilla se introduce entre las cejas del individuo cabreado. La mayor o menor distancia entre las mencionadas cejas presionará más o menos la perilla y ascenderá en consecuencia más o menos el líquido por la columna, de modo y manera que se podrá leer, en la escala numerada lateral, el grado de cabreo del personaje en una gradación que abarca desde 0 (cabreo leve) hasta 100 (cabreo profundo, irritación)
Ya solo me queda estudiar para qué puede servir este fildurcio medidor de cabreos. Pero hay tal cantidad de cosas que no sirven para nada (la clase política, sin ir más lejos) que este aparato no desentonaría entre tanto cacharro inútil e ineficaz.
Ya solo me queda estudiar para qué puede servir este fildurcio medidor de cabreos. Pero hay tal cantidad de cosas que no sirven para nada (la clase política, sin ir más lejos) que este aparato no desentonaría entre tanto cacharro inútil e ineficaz.