lunes, 5 de octubre de 2009

lunes, 28 de septiembre de 2009

La mujer que buscaba corazones en la playa

Me habían hablado de ella. Me la imaginé, una mujer menuda, de mediana edad y piel morena, caminando descalza sobre esa línea no dibujada entre la última ola del mar y la primera arena de la playa, pantalón corto blanco y blusa azul. De tramo en tramo, decían, se paraba a hurgar en la arena, agachada, recogía algo, lo observaba con su mirada marina y lo guardaba en una pequeña bolsa que colgaba de su hombro. Y proseguía su camino, sin levantar la vista del suelo que humedecía sus pies. Solas la playa, la espuma y ella.

Me dijeron que buscaba corazones en la arena. Pero no corazones de los de latir, bum, bum, sino piedrecitas, conchas, cristalillos a los que el roce del agua y el tiempo habían dado forma de corazón. Me contaron que los tenía de todos los colores, blancos, verdes, azules, transparentes, que los guardaba en un frasco de cristal con agua de su mar mediterráneo y que a la luz del sol reflejaban todos los colores del arcoiris.

Un día fui a su playa solitaria, quería encontrarla. La estuve buscando durante mucho, mucho tiempo, pero no apareció. Mientras caminaba arriba y abajo me entretuve tratando de descubrir alguno de esos corazones que ella recogía, para regalárselo si al fin la veía. Pero no encontré ninguno, no debe ser tan fácil encontrar corazones de cristal en la playa si uno no tiene la mirada marina.

Entonces dibujé un corazón en la arena húmeda con la esperanza de que ella lo recogiera si aparecía por allí algún día. Y me alejé despacio, volviéndome de vez en cuando, hasta que la playa fue un horizonte en el horizonte. No sé lo que habrá sucedido con mi corazón de arena, ni lo sabré nunca, quizás ella lo ha encontrado y ahora forma parte de su colección multicolor, o quizás me lo ha robado la marea, entre espuma, algas y promesas de mundos diferentes.

(Foto: playa de La Glea, al sur de Alicante)

domingo, 27 de septiembre de 2009

Jugando con Altaïr

El olor de los pinos, del jabalí, del romero, del viento... todo se mezcla en el aire limpio de esta mañana de verano, estremeciendo mi esencia. No eres ni mirada, ni nombre, pero todo me recuerda a ti. Debe de ser porque tú ya eres aire, monte, luz, instante. Te marchaste sin llegar, fuiste sólo agua, apenas forma... y ya eres eterna.

Te imagino sonriente, jugando con Altaïr.

(Foto: un lunar en una piel, disimulado con picasa)

jueves, 3 de septiembre de 2009

Últimamente duermo con sombrero

Es un sombrero humilde, blanco, con la badana negra. Lo compré en un mercadillo no me acuerdo por cuántos euros, pocos sin duda. Mi sombrero atrapa sueños, por eso lo uso de noche ¿Vosotros recordáis los sueños? Yo nunca conseguía recordar los sueños que me despertaban, sobresaltado o feliz, y que veía volar desde mi cama, inalcanzables. Los perseguía, pero siempre, siempre, se escapaban por la pared rumbo a otras mentes, supongo.

Pero ya no. Desde que duermo con sombrero los sueños se quedan alojados, presos, en el ala o en la badana negra de mi humilde sombrero blanco de mercadillo y puedo leerlos al despertar. Los sueños agradables quedan atrapados en el ala blanca y las pesadillas, en la badana negra. Así de fácil.

Ayer soñé que despegaba en un avión desde un país extranjero, de vuelta a casa. El avión remontaba el vuelo entre cables de alta tensión, casas próximas, con mucha dificultad, ruido y meneíllo, aunque nunca llegaba a estrellarse. Luego soñé que estaba atrapado en una pared vertical de una montaña de la que no conseguía escapar, ni para arriba, ni hacia abajo, ni siquiera para un lado.

Y soñé contigo. No sólo ocupas mi mente durante el día sino que me inundas de noche, como un extraño animal sin patas ni pasado ni futuro que lo rellena todo.

Cuando acabo de leer los sueños de la noche, enjuago el sombrero en el grifo del lavabo y miro cómo las letras giran un rato antes de desaparecer por el sumidero, como saludando. Quizás se dirigen a mentes de topillos, alacranes cebolleros o cangrejos ermitaños de tu playa. Y allí se reordenan y se convierten en nuevos sueños que sólo los topos, alacranes y cangrejos recordarán (si duermen con sombrero, claro)

(Foto: mi sombrero quitasoles y mi cama)

lunes, 24 de agosto de 2009

Emulando a Paradela.

Pues sí, hoy plagio a María Jesús, la galleguiña de Paradela de Coles. Y si no, mirad este enlace

http://paradeladecoles.blogspot.com/

Y es que María Jesús y yo tenemos algo en común (aparte de muchas otras cosas, estoy seguro): a los dos nos gusta el campo, la tierra y los productos que se obtienen de ella. Ella en su Galicia, yo en mi Murcia. Aunque ella me da que es mejor agricultora, yo no dejo de ser un producto reciclado desde la gran ciudad. Bueno, sin más preámbulos, ahí van unas foticos de lo que se puede recolectar ahora mismo en mi cachico terreno.

Tomate. Reconoce, María Paradela, que no tiene mala pìnta...

Breva. No está aún madura, pero promete.

Pimiento. Con todo mi respeto para los de Padrón, yo prefiero éstos murcianicos. Y no pican.

Ciruela. Y de las claudias, pura miel encapsulada.

Cebolla. No veas como están las ensaladas del tomate de arriba con esta cebollica...

Uva. Comparto los racimos con las abejas, aunque ellas se llevan siempre la mayor parte.

Y calabaza. Nunca he sabido muy bien para qué se utiliza, pero esta es bastante grandecica. Espero que nunca se convierta en una carroza de la que salga una princesa cursi.

No me cobres derechos de autor, María Jesús, te aseguro que si te he copiado ha sido a cosica hecha (como dicen por aquí)

(Fotos: huerta de Mayrena)

lunes, 27 de julio de 2009

Ganas

Ganas de recorrer tus venas como una burbuja nadando en tu sangre cansada, de buscarte en tus rincones más ocultos, más líquidos, menos luminosos, de intentar encontrarte entre humo, alcohol, desvarío y voces rotas, detrás de puertas semicerradas, semiabiertas, desconocidas para mí... Quizás allí todo es posible, quizás allí está el punto donde las paralelas se juntan, quizás allí el infinito se rompe para dejarse acariciar, para hacerse más humano, quizás...

(Foto: una hoja de morera)

lunes, 13 de julio de 2009

El teclado sin P

Empiezo a escribir con mis dos dedos regordetes, tic, tac, toc, fluyen las palabras, sin problemas, las frases, los giros, incluso los circunloquios que se me dan tan mal, estoy inspirado, me gusto... hasta que de repente ¡maldición! noto que en el teclado no existe la letra P, desaparecida no sé cómo ni cuándo entre la O y el signo circunflejo, y mientras la busco debajo de los faldones de la mesa camilla, tanteando torpemente con una mano, veo que van desapareciendo otras letras, la K, la E, la G, obligándome a hacer filigranas para seguir escribiendo sin utilizarlas... Les siguen la F, la T, la J... y noto que el suelo se hace líquido, como agua fría que moja mis pies descalzos, trepa por mis piernas desnudas, y sigue subiendo, subiendo, mientras las letras del teclado continúan escapando, la H, la Q, la X. El agua me llega ahora al cuello, la angustia me invade, la musa se ahoga, adiós a la D, ya sólo quedan la S, la O, la R, la C, alzo la mano buscando una Ñ a la que agarrarme, que veo volando como una mariposilla histérica cerca del flexo , y exclamo ¡socorro!, mientras me voy hundiendo poco a poco, paso a paso, letra a letra ¡SOC...! ¡OC...! ¡O...! ...................

(Foto: el teclado de mi viejo portátil)

lunes, 6 de julio de 2009

Rebelde

... el que hace girar sus aspas orientándolas en una dirección en la que el viento no sopla, el que nada a contracorriente, el que siempre prefiere el sendero incierto a la autovía segura, el que es cabra roja solitaria en un rebaño de ovejas blancas, el que rima versos a contrarrima, el que cambia la corbata y el adosado en la sierra por un cuento y la poesía de una mínima corrala en lavapiés, el que va de zumbao por la vida por no seguir las normas establecidas... Siempre enciendes mi sonrisa y mi admiración.

(Foto: campo eólico cerca de Pozo Cañada)

lunes, 15 de junio de 2009

Los zapatos de la orilla

Un par cualquiera de zapatos es la pareja más fiel, la más unida, la más leal. Nada son el uno sin el otro, nunca se alejan más de un paso, matrimonio perfecto. Juntos descansan, juntos caminan... hasta que la muerte de uno de ellos (por agujero en la suela u otra causa) los separa. Entonces su dueño los abandona a su suerte, cada uno por su lado, sin considerar que a ellos quizás les gustaría seguir siendo una pareja unida más allá de su vida útil.

Hace poco di un paseo por la orilla de un río.

En apenas un kilómetro pude ver varios de estos zapatos o zapatillas abandonados entre los guijarros y la hierba de la ribera. Desparejados, solitarios, tristes, fríos. Desaliñados. Cada uno me sugería una historia diferente ¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Qué pie lo calzó? ¿Masculino, femenino? ¿Tenía callos, sabañones? ¿Corría, caminaba, gateaba?

En las fotos que siguen he dedicado un comentario, un pie, a cada uno de vosotros, zapatos y zapatillas ribereños solitarios. No es el añorado pie que os calzó y cobijásteis con cariño, pero espero que al menos os aporte algo de calorcillo y os salve del anonimato durante el escaso tiempo que se tarda en leerlo.

Pobretica zapatilla, fuiste abandonada súbitamente después de tu último partido de tenis, que tu dueño perdió como siempre. Ni siquiera tuvo la paciencia de desatarte los cordones que ahora te sirven de mortaja.

Bota, has subido montañas y cerros, conocido senderos y trochas, y tu dueño te abandonó porque le oprimías el dedo gordo del pie. Abriste un agujero para mitigar su dolor pero tu gesto generoso no fue apreciado por él. Más bien precipitó tu abandono (¡desagradecido...!)

Te caíste de una bolsa de deportes, estás demasiado nueva como para que te hayan abandonado por exceso de uso ¿O eres una zapatilla rebelde que se lanzó desde la bolsa en busca de aventuras solitarias? Y el río te arrastró hasta donde yaces ahora suplicando un pie y añorando a tu compañera.

Chancleta tan desgastada, refugio hoy del rocío ¿quién te dejó en ese estado? ¿Fueron los cantos rodados de este caudaloso río o te mordió un pez piraña?

Al menos tú, bota de agua, estás en tu entorno. Puedes gozar con el sonido del río, en cuyo barro te quedaste atascada aquel día. Y las noches de luna seguro que te visitan los grillos y te cuentan historias de sapos y musarañas.

Me desconciertas, no sé de dónde procedes, pero me gusta pensar que un día calzaste el menudo pie de la reina de las fiestas del pueblo. Tuviste tu momento de gloria. Hoy me dan ganas de arroparte, se te ve tan frágil, tan encogidica de frío...

Una noche oscura te lanzaron por la ventanilla del coche, en esos momentos mágicos en que toda la ropa sobra y vuela con desorden y premura. Y a tentarujas tu dueña fue incapaz de hallarte luego, entre la hierba húmeda, pasado el desenfreno, cuando la piel vuelve a calarse de frío.

Tú has muerto de una sobredosis, de una sobredosis de pie. El piececito que te calzó creció, creció, creció, y ya no pudiste cobijarlo más, rebosaba por todos tus huecos. Contigo acabó de gatear y comenzó a caminar alegre, descubriendo nuevos senderos para investigar con otros zapatitos diferentes.

(Fotos: diversos zapatos encontrados en la orilla del río Tera)

jueves, 21 de mayo de 2009

Charcos

Ha llovido toda la noche y sigue lloviendo por la mañana, aunque ya escampa. Charcos, se han formado charcos. Sobre la hierba, sobre una roca, sobre la arena. Sobre el asfalto, sobre mis ojos, sobre los charcos. Charcos, espejos líquidos en los que se mira el cielo, un árbol, una nube, un conejo. Cuadros pintados con pinceles de lluvia trémula que bebe la Tierra para colgarlos de las paredes del infierno. Charcos azules, charcos verdes, charcos blancos.

Por debajo pasa el río, agua sobre agua. Agua presa sobre agua que se cree libre. Agua espejo sobre agua espuma, agua silencio sobre agua canción.

Hoy eres la lágrima de una nube. Esta noche serás hielo, y mañana, de nuevo lienzo líquido sobre el que el cielo pintará un cuadro diferente.

Las hojas del otoño acuden a beber un último sorbo de agua antes de convertirse en tierra.

Dime, dime, espejito mágico... El sol se cuela entre las sombras para ver su imagen reflejada en el agua.

Las ondas provocan a las hojas de los árboles con movimientos sensuales. Pronto sucumbirán a la tentación y caerán enamoradas del agua.

El amanecer está cambiando los añiles del alba por rosas. Últimos trasnochadores, los reflejos de las farolas bostezan antes de irse a dormir.

(Fotos: diversos charcos en las proximidades de Puebla de Sanabria)