Alta, delgada, cabello rubio teñido, traje verde, ajustado, chaquetilla de lana blanca, tacones altos, rostro surcado por las huellas de mil sonrisas y experiencias, mejillas empolvadas, labios pintados de rojo brillante, mirada cansada enmarcada por un maquillaje excesivo azul y negro... Tuvo que haber sido una mujer muy guapa. Aún lo era a su avanzada edad.
Yo la veía a menudo mientras hacía cola para comprar entradas en cualquiera de los cines de la calle Fuencarral de Madrid, en una época en la que en la calle Fuencarral había cines y bares con bocadillos de calamares. Me fascinaba mirarla. Recorría las colas, con pasos inciertos y poco seguros, de adelante a atrás, de atrás a adelante. Coqueta siempre, elegante.
–Chistes de amor, chistes de amor –anunciaba con voz cascada pero aún firme, mientras removía unos papelillos que llevaba doblados en una bolsita de plástico.
Yo fantaseaba sobre su pasado. Me la imaginaba con treinta años menos, muy atractiva, vendiendo su cuerpo y su dulzura a cambio de un rato de compañía y comprensión. Ya nadie solicitaría su piel, su consuelo o su oído que tantas veces habría derrochado. Quizás viviese en una oscura buhardilla de aquel barrio, olvidada, sola. Y quizás también, para ayudarse a sobrevivir, vendía sus “chistes de amor” en las colas de los cines de la calle Fuencarral.
Siempre le compraba alguno de aquellos chistes de amor, que escogía al azar metiendo la mano en la bolsita. Cobraba unos pocos duros, no recuerdo cuántos. Venían escritos a mano por ella, en un papelito doblado en cuatro, que te entregaba con un “gracias” a cambio de las monedas. Los chistes siempre consistían en una pregunta en la cara del papel, y la contestación en el envés.
Eran de una ingenuidad encantadora, propios de un alma sensible y tierna.
No recuerdo ninguno en especial, aunque, imitando su estilo, alguno pudiera decir algo así:
“¿Por qué a veces no llueve aunque haya nubes?” Le dabas vuelta al papel y leías “Porque las nubes a veces lloran hacia arriba”. Ella los llamaba chistes de amor, pero eran pensamientos surgidos desde el fondo de su mente nada convencional y algo deteriorada, en los que si no había chiste sobraba amor.
Hay personajes anónimos que dejan una huella imborrable.
(Foto: una copia de aquellos chistes de amor)