lunes, 11 de junio de 2012

Chistes de amor


Alta, delgada, cabello rubio teñido, traje verde, ajustado, chaquetilla de lana blanca, tacones altos, rostro surcado por las huellas de mil sonrisas y experiencias, mejillas empolvadas, labios pintados de rojo brillante, mirada cansada enmarcada por un maquillaje excesivo azul y negro... Tuvo que haber sido una mujer muy guapa. Aún lo era a su avanzada edad. 

Yo la veía a menudo mientras hacía cola para comprar entradas en cualquiera de los cines de la calle Fuencarral de Madrid, en una época en la que en la calle Fuencarral había cines y bares con bocadillos de calamares. Me fascinaba mirarla. Recorría las colas, con pasos inciertos y poco seguros, de adelante a atrás, de atrás a adelante. Coqueta siempre, elegante. 

–Chistes de amor, chistes de amor –anunciaba con voz cascada pero aún firme, mientras removía unos papelillos que llevaba doblados en una bolsita de plástico. 

Yo fantaseaba sobre su pasado. Me la imaginaba con treinta años menos, muy atractiva, vendiendo su cuerpo y su dulzura a cambio de un rato de compañía y comprensión. Ya nadie solicitaría su piel, su consuelo o su oído que tantas veces habría derrochado. Quizás viviese en una oscura buhardilla de aquel barrio, olvidada, sola. Y quizás también, para ayudarse a sobrevivir, vendía sus “chistes de amor” en las colas de los cines de la calle Fuencarral.

Siempre le compraba alguno de aquellos chistes de amor, que escogía al azar metiendo la mano en la bolsita. Cobraba unos pocos duros, no recuerdo cuántos. Venían escritos a mano por ella, en un papelito doblado en cuatro, que te entregaba con un “gracias” a cambio de las monedas. Los chistes siempre consistían en una pregunta en la cara del papel, y la contestación en el envés. 

Eran de una ingenuidad encantadora, propios de un alma sensible y tierna. No recuerdo ninguno en especial, aunque, imitando su estilo, alguno pudiera decir algo así: “¿Por qué a veces no llueve aunque haya nubes?” Le dabas vuelta al papel y leías “Porque las nubes a veces lloran hacia arriba”. Ella los llamaba chistes de amor, pero eran pensamientos surgidos desde el fondo de su mente nada convencional y algo deteriorada, en los que si no había chiste sobraba amor. 

Hay personajes anónimos que dejan una huella imborrable.

(Foto: una copia de aquellos chistes de amor)

lunes, 4 de junio de 2012

lunes, 28 de mayo de 2012

Impotencia


Quiero meterme en tu cuerpo
tantas veces recorrido,
escalar tu piel por dentro,
acariciar tus heridas,
sentir tu dolor,
ser tú.

Buscar en ti y arrancarlo
ese grito que te inunda.

Hacerlo mío,
abrir con rabia
y romperla
la tenaza que te cierne,
liberarte de cadenas,
devolverte tu esencia.

No soporto el dolor
que tu dignidad disfraza
de sonrisa,
ver tu luna que se quiebra
y arrastra y quiebra la mía,
sin ti no tiene sentido.

(Foto: planta carnívora, Dionaea muscipula, de tu terraza)

jueves, 24 de mayo de 2012

Mateo mira


Mateo mira. 
¿Qué mira Mateo?
¿La cieca, la guincha,
el albercoquero?
Descubre; escudriña;
aprende Mateo. 

(Foto: Mateo, mirando)

lunes, 21 de mayo de 2012

Un año bisiesto


Las cuatro y diez de la tarde del día veintiuno de abril de un año bisiesto. Un meteorito, que lleva millones de años vagando por los espacios sidéreos, se ve atacado por la gravedad no necesariamente newtoniana de la Tierra, y se precipita sobre nuestro planeta en algún punto situado entre la población de Bullas y la rambla del Cura, en la provincia de Murcia (España). La explosión se escucha en Singapore y en Rawalpindi. La onda expansiva, nube de polvo y tsunami originados como consecuencia del impacto afectan, en principio, a acequias, aljibes, reguerones y guinchas locales, pero luego a luego se extienden por tierras, mares y continentes del mundo global y merkeliano. La prima de riesgo, esa cosa, se dispara. No hay muertos ni heridos, pero sí millones de cabreados (los daños colaterales, los llaman ahora). Los verdaderos culpables, todos ellos "personas importantes", se esconden, eluden su responsabilidad, exclaman aquello de "yonohesido", culpan a los de siempre: niños, ancianos, rivales políticos, ayatolas, binládenes y herencias recibidas. Alguno hay que incluso llega a culpar de todo al hecho de que sea un año bisiesto. Al final no dimite ninguno, para qué, miran para otro lado y siguen robando y forrándose como energúmenos.


lunes, 14 de mayo de 2012

Instrucciones para quitarse el pantalón


La acción de quitarse el pantalón debe realizarse estando de pie y generalmente de noche, antes de acostarse.

Comenzamos desabrochándonos el cinturón. Para ello, introducimos el dedo pulgar de la mano izquierda entre el pantalón y la barriga, contraemos esta para ampliar el hueco, y con la mano derecha tiramos del cinturón hacia delante y derecha, con objeto de liberar el clavo de la hebilla del agujero correspondiente del cinturón. Realizada esta operación, procedemos a desabotonar el botón superior de la bragueta, con la mano izquierda, mediante un hábil juego de los dedos pulgar, índice y medio de dicha mano.

En este preciso instante es cuando nos damos cuenta de que no nos hemos quitado los zapatos. Quitarse el pantalón sin descalzarse previamente es labor imposible. Nos sentamos en una silla o en la cama y nos descalzamos, generalmente primero del pie izquierdo y luego del derecho, y retomamos la operación donde la habíamos dejado.

Bajamos la cremallera de la bragueta con la mano derecha, liberando de este modo la cintura del pantalón con objeto de poder desplazar este hacia abajo. Sujetamos la cintura del pantalón con las dos manos, cada una en su costado, y bajamos ambas manos hasta la altura de las rodillas. Alzamos el pie izquierdo unos treinta centímetros, doblando la pierna, sin soltar la cintura del pantalón, de modo que permanecemos sobre un solo pie, el derecho, en una figura conocida como “a la pata coja”.

En este punto se produce el momento clave de la operación. Recordemos que estamos de pie, con el pantalón desabotonado, la cremallera bajada, a la pata coja y con la cintura del pantalón a la altura de las rodillas. Sin soltar de la mano izquierda la cintura del pantalón, vamos desplazando dicha mano hasta alcanzar y agarrar con ella la parte inferior de la pernera izquierda. Con un movimiento rápido, decidido, y echando el talón levemente hacia adelante, liberamos la pernera izquierda y apoyamos el pie izquierdo en el suelo, recobrando la estabilidad bipédica. Este movimiento debe ser seguro, aunque no enérgico, pues si no lo hacemos así corremos el riesgo de perder el equilibrio y ponernos a dar saltitos ridículos e incontrolados, desplazándonos sobre el suelo con un solo pie, con el grave riesgo de caernos de cabeza contra el espejo del armario.

En este instante, la situación es la siguiente: nosotros de pie, con la pierna derecha aún cubierta por la pernera de ese lado, la pierna izquierda liberada de su pernera, y nuestras manos agarradas a la cintura del pantalón. Ya solo nos queda liberar la pierna derecha de la pernera del mismo lado. Para ello invertimos nuestra patacojez asentando firmemente el pie izquierdo en el suelo y, alzando con decisión el derecho unos treinta centímetros, desplazamos el pantalón -que tenemos, recordemos, agarrado con las dos manos- hasta el pie derecho, liberándolo de la pierna y pie del mismo lado tal como ya hicimos en el caso de la pierna izquierda. El pantalón, liberado e independiente, se encuentra en este momento sujeto con nuestras manos a la altura de la cintura o algo más bajo. Ya solo nos queda colgarlo en la percha, o dejarlo doblado sobre la silla, y proceder a quitarnos la camiseta, que también tiene su tela. 

(Foto: una de las primeras fases de la operación, reflejada en el espejo del armario)

lunes, 7 de mayo de 2012

Escritos helicoidales


Frases escritas en hélice en el cilindro interior de cartón del rollo de papel higiénico, sin autor, donde nadie lee, donde las palabras, las frases se suceden libres de lógica o de gramática, o no, porque saben que ninguna pluma las dirige, las guía, las atilda, donde las letras se juntan a su libre albedrío para formar palabras que solo ellas quieren componer, como bejaraque, albisterio, stakata peurreut, jungre, y otras no menos bellas, sin subjuntivos ni conjunciones copulativas que las aprisionen, palabras y frases que se deshacen nada más formadas para enlazarse de otro modo, con o sin sentido, como un corro de la patata caótico y caleidoscópico precioso, una helicoide que gira, oculta, al ritmo de deposiciones y limpiadas sucesivas. Las letras interiores, las más sinceras, las que surgen del fondo del alma. Nunca pensé que el cilindro de cartón final del papel higiénico, el alma, pudiera encerrar tanta belleza, tanta libertad, hasta que un día, antes de condenarlo al cubo de reciclaje, me detuve a leer o imaginar: "Bullas Tierra que le se precipita sobre cuatro y diez de un año bisiesto lleva millones..." 

(Foto: cartón interior de rollo de papel higiénico conteniendo relato escrito helicoidalmente)

lunes, 30 de abril de 2012

lunes, 23 de abril de 2012

La sámara y el brezo


Se desprende del olmo, esperanzada. Gira sobre su ala, como una mariposa o una bailarina de ballet, intentando alejarse al compás de la brisa, encontrar un pedacito de tierra fértil y poder allí germinar. Enamorada de esa tierra que no conoce, su ala dibuja una especie de corazón. Piensa en la semilla que lleva dentro, en que algún día se convertirá en árbol frondoso para inspiración de poetas, comida de galerucas y nido de alcaudones. 

Y así vuela ilusionada, cae mecida por el viento, se aleja, puede que hasta cante (o tararee) alguna canción de esas que cantan las sámaras de los olmos. 

Ya está en el suelo. Mira a su alrededor, y no le gusta lo que ve: está rodeada por cientos, miles de sámaras iguales a ella, que también soñaron y volaron como mariposas. La competencia. Además, ha caído sobre una fea baldosa, estéril, sucia, donde no encontrará tierra ni sustento para medrar. Mala suerte, piensa. 

Quiere huir de allí. Levanta un poco el ala, y basta una breve brisa para elevarla en el aire de nuevo. Se balancea, sube, baja, se dirige, cambia, flota, se mece, se aleja, suspira, canturrea de nuevo (¿cómo serán las canciones de las sámaras?), piensa, sueña, mira. Ya está lejos de la baldosa, recoge su ala con un movimiento coqueto, como el de una mujer que se baje una falda rebelde (Marilyn Monroe), y se deja caer. Este puede ser un buen lugar. 

Pero queda presa, no sabe si por un fallo en su cálculo, una última racha de aire no prevista o los designios y piruetas del destino, presa digo y prendida de la rama de una valla de brezo. Se debate, se agita, llora, patalea, intenta liberarse para continuar su vuelo, tiene que haber otras oportunidades. Pero el brezo no la suelta, no se sabe si por envidia o por amor. Seguramente será por amor, es tan frágil la sámara... Y con esa forma de corazón... Los brezos son así, caprichosos y enamoradizos. Y allí muere la sámara, con la inútil semilla entre sus alas, víctima vertical de un amor que no era el suyo, entre los arrullos de un brezo no deseado.

Ni poetas ni galerucas ni alcaudones.

(Foto: sámara de olmo en brezo)

viernes, 13 de abril de 2012

Mapa lunárico


Cada piel femenina está adornada con un manojico especial y personal de lunares. Yo los imagino como pequeñas estrellas de color chocolate (dulce) en un cielo claro. 

In illo tempore, cuando yo ligaba y una mujer me ofrecía sus encantos dejándome acceder a su piel desnuda, me gustaba buscar sus lunares, asimilarlos a estrellas, agruparlos en constelaciones reales o imaginadas, bautizarlos, recorrerlos, aprendérmelos. Y luego en mi casa dibujar ese cielo luminoso sobre un papel en blanco, perfilando lo que denominaba y sigo denominando un “mapa lunárico”. 

He encontrado Osas Mayores, Menores, Andrómedas, Casiopeas, Pléyades, Sirios, Dubhes, Alcores. Las he encontrado en brazos, piernas, cuellos, espaldas, pechos, cinturas. Solo hay que buscar con cariño, sin prisas. A veces he bautizado constelaciones lunáricas con nombres inventados, como ese grupo de dos preciosos lunares que tienes en el cuello. 

Una estrella que siempre buscaba es Aldebarán, mi estrella favorita, es una manía. A veces cuesta, pero siempre se encuentra un Aldebarán en una piel de mujer. Y si no aparece, siempre la puedes imaginar situada en el lugar que más te seduzca. O dibujarla con ese lápiz dibuja-lunares que seguro existe, o nos lo inventamos. Si ella te deja, claro. 

La ubicación de los lunares femeninos es a veces sorprendente. Yo me enamoré de un Altair situado en un lugar de difícil acceso, mágico, único, lunático, especial, irrepetible. Creo que pocos ojos lo habrán contemplado y admirado. Y menos aún bautizado. Sigo enamorado de él, aunque sé que ya nunca lo perfilarán mis labios. 

Porque cada lunar femenino es un beso, una caricia dulce con la mirada, con la yema de un dedo o con la punta de la lengua, un susurro. Toda mujer lleva un cielo dibujado en su piel, el único cielo en el que creeré siempre.

(Dibujo: un fragmento de mapa lunárico)