lunes, 19 de marzo de 2012

Mi guitarra


Una guitarra que ya no suena, un sonido olvidado de bordón grave, creyéndose la de Hank Marvin, dormida. 

Un escenario de losas grises, sin adornos, sin focos. 

Una silueta de mujer anónima, acariciada como si tuviera un nombre real, no imaginado. Demasiado acariciada. Demasiado imaginada. Demasiado anónima. 

La púa que a veces se cae de la mano. Insegura. O de la boca. También insegura. 

The young ones y el be bop a lula que calientan algo al personal. 

Alguna disonancia, un cruce, una cuerda que salta, la voz de Carlos agarrado al micro que suena mal, malditos acoples. 

Las miradas a las baquetas, que agita Javier, para no perder el compás en los laberintos caprichosos del eco espiral del aula del Colegio Mayor.

El eco. 

El aula. 

Una cara en la segunda fila. 

La serenidad de Josemari, moviendo sus dedos seguros por las cuatro cuerdas retumbantes del bajo. 

Los veinte años. 

Un aplauso. 

Los ensayos en la buhardilla de Mateo, rodeados de botellas de ginebra medio vacías y de coca cola medio llenas. 

Hoy me gusta recordar, mientras escucho Radio3, el inicio de aquel camino que al final no fue. 

Como tantos caminos que al final no son.

(Foto: mi guitarra favorita, “la morenita”, hoy dolorida, nunca olvidada)


(Vídeo: Cliff Richard y The Shadows, The young ones)

lunes, 12 de marzo de 2012

Tu mirada


Te encontré en una esquina de la ciudad perdida. 
Tu mirada traspasó mi alma y se alojó en mi conciencia, 
como una daga encendida. 
Desde entonces busco una respuesta para ofrecértela; 
pero no he podido hallarla en ningún lugar del mundo. 

(Foto: indita tayrona que fotografié en la Ciudad Perdida de la Sierra Nevada colombiana)

lunes, 5 de marzo de 2012

Anverso y reverso


Anverso: la cabaña sobre la ladera pina, seca de tanto vivir. La vieja Luna escoltada por Venus y Júpiter, sus amantes aplazados. La noche.

Reverso: un mar verde, lejano, sosegado. Simétrico. Un joven Sol espléndido sobre el cielo azul. Luz húmeda. El día.

Noche y día. Declive y explosión. 

No son tan incompatibles. El espejo se deshace en teselas anacrónicas cuando Luna y Sol, noche y día, se trasladan desnudos al laberinto de guata y hacen el amor imposible sobre el canto, blanco de espuma, de flor de albercoquero y enebro, de sonrisa limpia.

Anverso y reverso unidos por la espiral tantas veces recorrida.

Se buscan.

Se encuentran.

(Foto: la funda de mi cuaderno de notas)

martes, 28 de febrero de 2012

Leer por dos euros


Al lado de mi casa han abierto hace poco una librería en la que cualquier libro que compres te cuesta dos euros. Son libros viejos, usados, leídos, manipulados, olidos, frecuentemente con anotaciones de sus anteriores dueños o lectores, y eso los hace para mí más atractivos. Me gusta imaginar la otra novela que encierra cada una de estas novelas, su peregrinar por diferentes bibliotecas, por diferentes manos, quién la leyó fascinado hasta el final, quién la dejó a mitad por no poder soportarla, quién ni siquiera la abrió, quién anotó a lápiz aquella frase o aquella fecha. Y me gusta pensar que yo no soy más que un nuevo eslabón en el deambular de estas novelas viajeras, una estación donde se detendrán durante un tiempo para reanudar luego su vida aventurera con mi mirada y mis anotaciones, nuevas, adheridas a su piel. Libros peregrinos, libros que pueden contar vivencias a sus fugaces compañeros de estantería, contagiándoles su olor diferente, su alegría, su vitalidad. Libros vividos.

(Foto: alguna de las novelas adquiridas en la librería)

lunes, 27 de febrero de 2012

El cipotillo de la cueva


Para mí, Mayrena siempre ha sido hembra. Seductora, sensual, atractiva por sus perfiles ondulados, su mirada verde, su ternura, su forma de tratarme. Hembra. Y la cueva siempre la imaginé como la vagina de esa Mayrena-hembra, qué le vamos a hacer, soy poeta y cachondo. Cada vez que entraba en la cueva, excitado, imaginaba que ella también gozaba como yo, y que las caricias que siempre doy a sus paredes y estalactitas le proporcionaban un inmenso placer que estallaba en un orgasmo final de cal, humedad y silencio. Nuestro amor, clandestino, intermitente, pasional, sin preguntas, oculto, guarrete, tenía todos los ingredientes para durar mientras mis piernas me permitieran trepar hasta su cadera. 

Pero un día, rebuscando en los recovecos de la cueva como hago siempre a la luz de la linterna, descubrí algo que no había visto hasta entonces. Me sorprendió. Un falo. Pétreo, sí; breve, también; pero falo. Semierecto y con el paquete testicular bien identificable.

Desde entonces, mis sueños se han diluído, mis versos no riman, mis sentimientos discrepan. Ahora, cuando penetro en sus entrañas, pienso que quizá Mayrena no sea hembra sino hombre, y la cueva, su bragueta. Que Mayrena me ha tenido engañado durante lustros. Que la cueva no es cueva sino cuevo.

O quizá lo que yo pienso que es un falo, un humilde cipotillo, no es sino el clítoris de mi cueva, lo que confirmaría mi teoría sobre la feminidad de Mayrena. No investigaré demasiado, moderaré mis caricias y mis manipulaciones de ahora en adelante en esa zona de conflicto, no sea que en pleno paroxismo se derrumbe la cueva y me trague como hizo con la cabra (otro día hablaré de la cabra) 

Pero da igual, sigo tan enamorado de Mayrena, ella o él, que acudo a visitar la cueva, fascinado y excitado, cada vez que viajo a esta bendita tierra; hay amores que sí son eternos. Si al final es un cuevo, pues bueno, no pasa nada, cambiaré mis esquemas mentales, la polaridad de mi excitación, mis posturas, y seguiré subiendo como un verraco, ciego perdío, para continuar gozando de sus encantos, de sus caricias, son ya muchos años de amor incondicional y pasión desenfrenada como para olvidarlos ahora por un cipotillo más o menos. 

(Foto: formación fálica en la cueva de Mayrena)

lunes, 20 de febrero de 2012

El belmonte


Empezó siendo una bebida para trabajadores del campo. En las frías madrugadas del invierno caravaqueño, los campesinos, antes de subir a majencar, aviar cornijales, caballones, ciecas, guinchas y parás, se pasaban por El Cañota a pegarse un pelotazo de belmonte y combatir ansí los esfarates anímicos y físicos de la helada. Sobre la barra de cinc se alineaban los belmontes, humeando en humildes vasos de vidrio que había que coger con la punta de los dedos pulgar y meñique, para no abrasarse la mano. Y sorber de poquico en poquico, haciendo ruido con los labios. Como el té moruno. 

Yo coincidía con ellos cuando quedaba con Gaby para ir a la montaña. Y entre sorbo y sorbo belmontiano aprendía la peculiar jerga de los campesinos, hoy lamentablemente olvidada. Allí cogíamos combustible para subir luego a luego las duras laeras del Cigarrón, un “chute” de belmonte era la mejor gasolina para quitar el azurronamiento mañanero ¡Acho, cómo subíamos los cabezos; a pijo sacao! 

Hoy el belmonte se ha aburguesado. Ayer lo encontré en la carta de una de las mejores cafeterías del pueblo, casi perdido entre capuccinos y cafés a la no-sé-qué. Y lo pedí, claro. Delicioso. Ahora se sirve en copa de diseño, con platito, sin cinc, y tú eliges “la coñá”, que ya no es de garrafón. Pero se mantiene la esencia del belmonte: leche condensada, chorreón generoso de brandy (antes, “coñá”), café solo. Por este orden, el rito es el rito. Se menea, y pa dentro. Yo lo tomé con una toña, otro invento maravilloso de la zona, más moderno, con menos solera. Pero mojada en el belmonte está que ni cuento. 

Pues nada, Mariluz, cuando vengas a Caravaca, que sepas que estás invitada a pegarte un belmontazo. Lo de mojar la toña lo dejo a tu elección, lo suyo es bebérselo "a pelo". Y si es menester, luego a luego nos subimos al monte. O te llevo a la era.

(Foto: belmonte y toña sobre mesa)

lunes, 13 de febrero de 2012

No estoy


No estoy pensando en el recorrido que me queda. 

No estoy pensando en la soledad que me acaricia aquí arribotas, entre pinos y matojos, cielos azules, andares de viento y rocas desgastadas por un agua pasional pero intermitente.

No estoy pensando en el mar que me llena ahora, lejano pero cálido. Ni en su playa. Ni en su arena. Ni en su orilla. 

No estoy pensando en oír el clic del temporizador o el tuic de la curruca.

No estoy pensando en la receta para cocineros indolentes como yo, pechugas de pollo con vinagre, que me contaron esta mañana.

Estoy simplemente sentado en la rambla, un alto en el camino, pelando una naranja. Otra forma de acariciar una piel o de desnudar un deseo.

(Foto: pelando una naranja en la rambla)


jueves, 9 de febrero de 2012

Los libros de Paradela


Al fin me hice con los libros de Paradela. La tardanza ha sido por mi exclusiva culpa, hasta el viernes pasado no he podido ir a recoger el paquete a Aranjuez, donde lo guardaba con celo y paciencia nocheinfinita

Para los que no sepáis de qué va la cosa os la cuento. 

María Jesús vive en Paradela de Coles, Ourense. Yo la llamo cariñosamente Paradeliña, pero no sé si le gusta que la llame Paradeliña, es muy suya. Y muy de los demás. Es una mujer activa, inteligente, alegre, culta, vital, independiente, ilusionada, dicen que hace unas empanadas y un xatevín para chuparse los dedos (algún día lo comprobaré, igual no es para tanto), emprendedora, amiga. Y generosa a tope. 

Bueno, pues resulta que Paradeliña organizó un concurso de narrativa. Hemos participado unos cuantos. Ganó aroBos. Yo quedé a mitad de la tabla, ese lugar tan ingrato en el que nadie llega a leer tu nombre, ya empiece a leer la lista por arriba o por abajo. Pero no contenta con organizar el concurso, lo dotó con un premio en metálico sacado de su bolsillo, que me da que no es boyante precisamente. Y además, ha hecho una cuidada edición de los textos, de 500 ejemplares, para regalárnoslos a los que participamos en el concurso (Arobos, que además de escribir muy bien es un hombre elegante y generoso, donó su premio para contribuir a la edición; gracias, Aro) 

Mi lote lo mandó a Aranjuez, donde vive Noche, participante madrileña en el concurso. Y para allá que me fui a recogerlo. Noche también es especial, como todo el grupo paradeliano. Me invitó a comer (me dejé), y luego a su casa donde me pegué un pelotazo de ron, o dos, ya no recuerdo bien. Charla agradable, buenrollismo, relajo, risas; estuve muy a gustico (si me llego a tomar un tercer ron me declaro a Noche, fijo, pero soy tímido, me pasa siempre) 

Paradeliña, culo inquiero donde los haya, ha organizado ahora otro concurso sobre fotografías relacionadas con la mujer. ¡Para ya, Paradela, mujer, te vaya a dar un parraque! 

Y esto es lo que quería contar hoy: mi agradecimiento a María Jesús y a Noche. Algún día iré a por ese tercer ron. Sois la caña.  

(Fotos: los libros de Paradela; portada, contraportada y dos "cachos" de texto)

lunes, 6 de febrero de 2012

lunes, 30 de enero de 2012

Romero


Mayrena huele a pino carrasco pero, si quien la huele es un catador de olores, añadiría, entre “olidas” intermitentes, las siguientes precisiones: "con aromas retronasales de… romero de secano y leves matices de… espliego y tomillo". Sí, Mayrena huele a romero. Pero a un romero de esos humildes, achaparrados, de secano, los que de verdad huelen, mucho más que los de vivero que no saben lo que es un conejo. Mayrena también huele a conejo, por supuesto, y a perdiz, con tufaradas deliciosas de jabalí y gineta. Olores agrestes, que te llenan, a naturaleza viva, a bestia. Menos mal que de vez en cuando me zambullo en las humaredas de Madrid para contaminarme algo, tanta impolución tiene que ser nociva. 

(Foto: hojas de romero)