lunes, 25 de marzo de 2013
sábado, 23 de marzo de 2013
Corrupción
(Mono inspirado en un dibujo que me envió Pedrice hace tiempo)
(Para él las sonrisas. Y los abucheos, claro)
lunes, 18 de marzo de 2013
La oruguita fea y el búho
había un pequeño huevo
Cuando el huevo al fin se abrió
una oruguita nació
A mirarse al río arrea
para ver si es guapa o fea
Al verse allí reflejada
se queda muy chasqueada
La oruga va y se cabrea
al verse así de fea
No tiene ninguna amiga,
no gusta nada, no liga
Cuando aparece en el prado
todos huyen desbocados
Un día una mariposa
le cuenta alguna cosa
Come con ilusión la oruga
llenando bien su barruga
Al fin de la primavera
hila un capullo de seda
Empieza un atardecer
la mariposa a nacer
Vuela con ilusión
a mirarse en un pilón
Lo suyo es puro vicio,
sigue más fea que Picio
Llora con desconsuelo
mojando el suelo
Mientras esto va pensando nuestra amiga mariposa
llega un pájaro volando, se la come y a otra cosa
(Nota: Esta historia sucedió realmente, excepto el final. El búho no se comió la mariposa; se la llevó a su nido, se enamoró perdidamente
de ella y allí siguen viviendo su historia de amor y
sexo desenfrenado)
miércoles, 13 de marzo de 2013
Fumata negra (y 2)
(continuación)
Nuevas multitudes de todos los rincones del orbe católico comenzaron a afluir a la Plaza de San Pedro. Segunda, tercera, cuarta, quinta fumatas: negras. Había transcurrido un mes, y todo seguía igual excepto el gentío, que ya desbordaba los límites del Vaticano e invadía la romana Via della Conciliazioni. Octava, décima, decimoquinta, vigésima fumatas: negras.
Nuevas multitudes de todos los rincones del orbe católico comenzaron a afluir a la Plaza de San Pedro. Segunda, tercera, cuarta, quinta fumatas: negras. Había transcurrido un mes, y todo seguía igual excepto el gentío, que ya desbordaba los límites del Vaticano e invadía la romana Via della Conciliazioni. Octava, décima, decimoquinta, vigésima fumatas: negras.
Después de cinco meses y de la quincuagesimoséptima fumata –negra– el Cura Principal de Cónclaves se asomó una vez más al balcón y, tras dar unos toquecitos al micro mientras decía uan tu uan tu, se dirigió a la muchedumbre:
–Hermanos, las votaciones deben de estar siendo particularmente difíciles por las circunstancias tan peculiares que afectan al Mundo en estos tiempos y que harán dudar a sus Eminencias a la hora de elegir el candidato más idóneo. Por ello, aunque el Reglamento General de Celebración de Cónclaves lo prohíbe, he decidido incorporar al Cónclave a Monseñor Whinehouse, a pesar de las circunstancias que concurren en él, y con el deseo y esperanza de que su aportación y su voto puedan ser útiles y definitivos en la designación de nuestro futuro Pontífice.
Whinehouse, achacoso, llegó a la Plaza esa misma noche. La muchedumbre le abrió como pudo un pasillo por el que avanzó lentamente apoyado en su báculo, entre palmadas en la espalda y gritos de ánimo. Por fin llegó junto al portón. La gente calló, el silencio era espectacular, el ambiente sobrecogedor. Se acercó el Portero Mayor de Sala, introdujo la llave en la cerradura, la giró tres veces hacia la derecha y en el instante de abrirse la gran puerta sucedió algo extraño: una fuerte luz proveniente del interior de la Sala se proyectó sobre la Plaza, mientras surgía el sonido, a gran volumen, de una música alegre mezclada con risas y conversaciones descontroladas de hombres y mujeres y se liberaba un humo denso de tabaco y maría, mezclado con un olor penetrante a licor y alcohol, que se deshacía en volutas oscuras elevándose hacia las alturas de la noche vaticana. Whinehouse fue absorbido por el resplandor, el portón se cerró tras él y la Plaza de San Pedro quedó de nuevo sumida en el silencio, la oscuridad y la oración que la impregnaban los últimos meses.
–Recemos, recemos–, insistía desde su balcón el Cura Principal de Cónclaves.
lunes, 11 de marzo de 2013
Fumata negra (1)
El Papa había muerto. Tras los funerales, los Cardenales fueron acudiendo a la Sala General de Cónclaves del Vaticano, anexa a la Capilla Sixtina, para recluirse y elegir a quien sustituiría al Pontífice fallecido. Entraron uno a uno por riguroso orden alfabético de la lista que recitaba el Listero Mayor de los Cónclaves. De la lista solo faltaba Monseñor Whinehouse, arzobispo de la Diócesis de Dikitingfly, que no había podido acudir debido a su edad avanzada –97 años– y por hallarse indispuesto esos días, aquejado de un fuerte ataque de gripe.
Detrás de los Cardenales entraron en la Sala el conjunto de Servidoras que debían atenderlos en sus necesidades domésticas durante la celebración del Cónclave (comidas, ajuar, limpieza, etc.) Se trataba de monjitas de la Congregación de las Siervas de Cardenales Papables. Nadie más podía acceder al recinto durante el tiempo que durase el Cónclave, según establece el Reglamento General de Celebración de Cónclaves.
Cuando hubieron entrado todos, Cardenales y Siervas, el Portero Mayor de Sala cerró con tres giros de llave a la izquierda la enorme puerta de la Sala General de Cónclaves, que no podía ser abierta –por él mismo– hasta la designación del nuevo Papa. La gente se arremolinaba en la Plaza de San Pedro.
Al anochecer, el Cura Principal de Cónclaves, que no asistía personalmente al conciliábulo pero se encargaba de informar al personal, tal como ordena el Reglamento General de Celebración de Cónclaves, apareció en un balcón para dirigirse a la muchedumbre y dijo con voz trémula por la emoción:
–Hermanos: la situación del mundo es muy difícil y también lo es la de la Iglesia Católica, debido al materialismo que nos invade, la corrupción, la crisis que no cesa, la falta de fe. La designación de un Papa adecuado es esencial para el futuro de la humanidad entera. Recemos para que el Señor ilumine a los prelados reunidos desde hoy en Cónclave y que aquél a quien elijan sea el más capacitado para guiar el barco de la Iglesia con mano firme por los mares procelosos que navegamos en estos tiempos, hasta conducirla a un puerto seguro y luminoso. Esperemos la aparición de la fumata rezando con fe.
La gente se arrodilló bajo la lluvia –llovía– y un sinnúmero de avemarías, credos y padrenuestros, en numerosos idiomas, brotaron de miles de gargantas buscando las alturas celestiales.
Cinco días después surgía la primera fumata: negra.
Cinco días después surgía la primera fumata: negra.
(continúa)
domingo, 10 de marzo de 2013
Siete días lunáticos (7)
Llevo treinta y cinco años y un día esperándote en la cara oculta de la luna,
junto al cráter Giordano Bruno, encendido, enamoriscao perdío.
Pero no apareces. (Pienso que te has olvidado de mí)
sábado, 9 de marzo de 2013
Siete días lunáticos (6)
La Luna se retrasa cincuenta minutos cada día en su cita con el horizonte.
Pero el horizonte, locamente enamorado de ella, siempre la espera.
viernes, 8 de marzo de 2013
jueves, 7 de marzo de 2013
miércoles, 6 de marzo de 2013
martes, 5 de marzo de 2013
lunes, 4 de marzo de 2013
viernes, 1 de marzo de 2013
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