Mi sol renace en un día de duración imprevisible. Vuelve a verdear el baladre, a dar sombra la chaparra, a brillar la piedra del ramblizo, a gorjear la tarabilla en el espino. El aire se inunda de nuevos olores viejos, de rimas interrumpidas, de trinos olvidados, de calor. De color.
Este día durará… lo que dure, no me preocupa. Lo que dura una estación de tren, un ángulo de 180 grados, dos palabras tropezando en un oído, siete caricias, tres horas en santa rosa, un guiño verde sobre el mar azul, una ráfaga de viento de lebeche.
Y cuando se oculte mi sol detrás de la peña, cuando la puta realidad se despedace de nuevo entre dos mundos incompatibles fuego y agua, lo despediré con una sonrisa nostálgica, silbando silbos improvisados, sin rencores y esperando, si vuelve, el calor de un nuevo alba.