Un leve quebranto que solo ella escucha la desgaja de la rama y piensa "al fin libre" aunque sabe que su vuelo será efímero y definitivo. Se deja caer un instante, como para tomar impulso y luego cabalga, descendiendo, la brisa que ella inventa. Ahora gira sobre sí misma, se cierne, dibuja espirales asimétricas, se cree mariposa –es mariposa–, muestra al ojo del espectador, en un juego rítmico y alternativo, su haz amarillento, su envés ocre, coqueta, provocadora. Entonces aprovecha un leve movimiento de aire para alejarse, remontar espacio entre volteos que parecen descontrolados, como queriendo despedirse de la rama que la retuvo durante meses en un abrazo no tan deseado. Finalmente pliega sus bordes, recogiéndose, pierde velocidad y se posa abonico en la ladera, entre un guijarro y una mata de alhucema que no está allí por casualidad. Y queda inmóvil, pegada a la tierra parda que pronto la convertirá en tierra (siempre la tierra), en agua, en savia. Y un día en otra hoja cautiva que también disfrutará, en su otoño, de veintitrés segundos de libertad.
(Foto: hoja de rebollo)