Hace unas semanas quise coger las brevas de la higuera de mi huerta. Arrimé la escalera portátil, comencé a subir ágilmente, jop, jop, y a la altura del cuarto peldaño sentí un clujío en la espalda, un esclate que me hizo dar un alarido, y me quedé esfaratao, en forma de cuatro, sin poder tirar ni parriba ni pabajo. La puñetera ciática otra vez… Tuvieron que venir las vecinas a bajarme de allí, y mientras lo hacían tuve que soportar regañinas, cachondeos y contínuos “cómo se te ocurre a tus años”. Mi dignidad quedó dañada.
Para evitar que ocurra en futuras ocasiones, he diseñado lo que llamo “escalera portátil para ciáticos”. En esencia consiste en una escalera portátil clásica, a la que he adosado un cómodo sillón elevable que se desliza a lo largo de uno de los largueros de la escalera. “¿Y cómo se desliza?”, preguntarán los más osados. Es sencillo (ver esquema). Uno de los largueros de la escalera es hueco y lleva en su interior una cremallera, en la que se engrana el “pinganillo de transmisión”. Este a su vez está soldado a un rodillo que se mueve girando un manubrio. El conjunto está alojado en la base del asiento del sillón. Para subir y bajar, el ciático no tiene más que sentarse en el sillón, agarrar el manubrio y girarlo a izquierdas (subir) o derechas (bajar). Ya no habrá breva que se me resista ni vecina que me recrimine. Ahora estoy trabajando en un modelo de dos plazas.