Me dijeron que buscaba corazones en la arena. Pero no corazones de los de latir, bum, bum, sino piedrecitas, conchas, cristalillos a los que el roce del agua y el tiempo habían dado forma de corazón. Me contaron que los tenía de todos los colores, blancos, verdes, azules, transparentes, que los guardaba en un frasco de cristal con agua de su mar mediterráneo y que a la luz del sol reflejaban todos los colores del arcoiris.
Un día fui a su playa solitaria, quería encontrarla. La estuve buscando durante mucho, mucho tiempo, pero no apareció. Mientras caminaba arriba y abajo me entretuve tratando de descubrir alguno de esos corazones que ella recogía, para regalárselo si al fin la veía. Pero no encontré ninguno, no debe ser tan fácil encontrar corazones de cristal en la playa si uno no tiene la mirada marina.
Entonces dibujé un corazón en la arena húmeda con la esperanza de que ella lo recogiera si aparecía por allí algún día. Y me alejé despacio, volviéndome de vez en cuando, hasta que la playa fue un horizonte en el horizonte. No sé lo que habrá sucedido con mi corazón de arena, ni lo sabré nunca, quizás ella lo ha encontrado y ahora forma parte de su colección multicolor, o quizás me lo ha robado la marea, entre espuma, algas y promesas de mundos diferentes.
(Foto: playa de La Glea, al sur de Alicante)