lunes, 28 de diciembre de 2009

Clavo para esquinas

Inicio un nuevo roalico al que he llamado bricolaje loco. El él voy a ir reuniendo unos dibujos de piezas, elementos, adminículos o cosas que pienso que podrían ser muy útiles, en determinados casos, para el bricolajeador. Quizás algún día los patente, pero ahora me da pereza.

Empiezo por el “clavo para esquinas”

¿Quién no ha sufrido al tratar de unir dos listones de madera en esquina recurriendo al clavo tradicional? La punta del clavo casi siempre acaba saliendo por un lado de la madera, lo cual cabrea bastante. Creo que mi clavo para esquinas resolvería de una vez el problema, de forma práctica y sencilla, debido a su forma en ángulo de 90 grados que se adapta perfectamente a la esquina de cualquier marco de madera.

lunes, 21 de diciembre de 2009

ZOLDAR


ZOLDAR es un tocho de tío. Ciento noventa centímetros muy bien distribuidos, sin excesos ni defectos. ZOLDAR es un guaperas, podría pasar por un deportista o por una estrella de rock.

ZOLDAR va vestido de negro. Pantalón negro. Camiseta negra. Gafas negras. Pelo negro. Hasta coche negro.

ZOLDAR tiene los ojos azules, como su blog, que también es negro y tiene ojos azules. Y una mirada personalísima, tierna, limpia, sonriente, clara, cristalina como el agua de las fuentes de su pueblo. Cuando te mira ZOLDAR ves que dentro de ese corpachón no puede haber recovecos. ZOLDAR no creo que se haya cabreado nunca con nadie, aunque a mí no me gustaría verme con él en un cuadrilátero.

ZOLDAR es mi amigo, aunque por edad yo podría ser su padre (por estatura, no)

A ZOLDAR sólo lo he visto dos veces, pero lo he leído doscientas, me gusta leer lo que escribe ZOLDAR en su sensible “promesas que no valen nada”, me gusta tomar un café con ZOLDAR en el Zaian y me gusta que me cuente cosas.

ZOLDAR ha desaparecido del mundo bloguero.

ZOLDAR, zagalico ¿se puede saber dónde pijo te metes?

(Foto: pino carrasco en la cueva del marqués, Caravaca de la Cruz)

lunes, 14 de diciembre de 2009

Voz quebrada


Surge libre, cantarina,
tu voz quebrada
en mil noches de vino
y hierba.

Surge alegre, sonrisa,
tu voz quebrada
en mil noches de humo
y vino.

Surge susurro, acaricia,
tu voz quebrada
en mil noches de hierba
y humo.

Y calma sin saciar mi sed
tu voz quebrada
en mil noches
de humo tierra,
de vino fuego
de hierba viento...

(Foto: manantial de la Fuente de Mayrena)

lunes, 7 de diciembre de 2009

El sol lateral del otoño


Me dijiste vamos a tomar una caña en el bar del parque y te contesté bueno.

Conducías tu viejo hyundai azul y me hablabas de tu reciente estancia en esas playas caribeñas que tanto te gustan. El sol lateral del otoño se colaba por la ventanilla, sin pudor, ese sol lateral que alarga las sombras de los olmos y jaras de las cunetas, hasta la sombra de los pensamientos íntimos alarga, es lo malo que tiene el sol lateral del otoño.

Ese día te habías puesto falda. Al sentarte al volante de tu viejo hyundai azul, tu falda se había subido hasta el límite de lo políticamente correcto, quizás dos centímetros más allá, dejando al descubierto parte de tus muslos, morenos de otros soles verticales. Nunca antes había visto tus piernas.

El sol lateral del otoño, el puto sol lateral del otoño, incidía sobre tus rodillas y extraía reflejos de color reflejo, uno de los colores más sugerentes del arcoiris mental. Yo miraba con mi ojo izquierdo tus piernas morenas y con el derecho, el ojo de la fantasía, miraba los árboles, los pájaros, los senderos del parque, siempre me pierdo en los vericuetos verdes reales o inventados. El estrabismo mental a veces presenta ventajas.

Tú seguías hablando.

Tu falda, de color rosa con dibujitos amarillos que no me entretuve en identificar, quizás florecillas o mariposas, no andaba yo para esos menesteres, formaba un valle entre tus muslos, lo que contribuía a aumentar aún más el atractivo del marco que enfocaba mi ojo izquierdo estrábico y camaleónico.

No me pude contener, el marco tuvo la culpa, en un momento dado, mi mano izquierda, la mano del pecado, se deslizó hacia tu asiento y se posó suavemente sobre tu pierna como un pajarillo, justo en el espacio que quedaba entre tu rodilla y el inicio de la falda rosa con dibujitos amarillos que cada vez tenía menos interés en saber si eran florecillas o mariposas.

Tú, sin dejar de mirar a la carretera, sin mover un músculo ni levantar las manos del volante de tu viejo hyundai azul, simplemente dijiste diego con un tono tajante pero al mismo tiempo dulce y femenino, ese modo tan coqueto que empleáis a veces las mujeres para decir no.

Y seguiste contándome tus últimas experiencias estivales mientras mi frustrada mano izquierda alzaba el vuelo lentamente, procurando eso sí guardar en la yema de sus dedos tu tacto de seda, el calor sol y el frío luna de tu piel, apenas sugeridos.

Mi ojo estrábico volvió a su sitio y mi mente volvió a sus pájaros, árboles, sapos, a sus sombras alargadas y otras elucubraciones que la ocupan casi siempre, qué le vamos a hacer. Tu viejo hyundai azul se dirigía impasible hacia el bar que ya se entreveía al fondo entre un bosquecillo de plátanos.

La próxima vez me vienes con pantalones, oye.

(Foto: otoño en Las Fuentes del Marqués, Caravaca de la Cruz)