sábado, 31 de mayo de 2008

Malta

Hace un año andaba yo entre aviones, hospitales, de aquí para allá, de allá para aquí, intentando quizás recuperar un tiempo perdido, beber a sorbos precipitados las últimas gotas de un vaso, lleno de dignidad, que se vaciaba sin remedio. En Malta conocí a dos personas, nunca es demasiado tarde, una es hoy un perfil en el aire tibio de la isla, la otra es el aire que besa ese perfil.

De Malta, donde creo que nunca volveré, me han quedado unas imágenes inolvidables, que se han incorporado a mis recuerdos.

Como muestra simbólica, la gruta azul, el ojo inquietante de la barca de los pescadores… y los nenúfares de un jardín eterno. Agua...





(Foto: gruta azul, barca de pescadores y nenúfar))

jueves, 29 de mayo de 2008

La camiseta azul

Te has desliado de mi piel hace unos segundos, desnuda, te has colocado una camiseta azul que apenas llega hasta tus muslos, y ahora estás delante del espejo del dormitorio. Te observas en él, y yo te observo a ti desde la cama que conserva todo tu calor. Me gusta tu cuerpo ¿sabes? Acercas la cara al cristal, sin apercibirte de que mi mirada está fija en tu imagen, y con los dedos recorres los alrededores de tus ojos, de tus labios, tu cara. Alejas tu rostro del espejo, lo vuelves a aproximar… Sé lo que estás pensando, las arrugas van quitando tersura a tu piel, y eso te preocupa. Y a mí me produces ternura. Tus arrugas llevan nombres de alegrías, de risas, de personas con la que has sido feliz, de paisajes que te enamoraron. Eres aún joven, pero las personas que a tu edad no tienen arrugas es porque no han vivido, reído ni amado lo suficiente, no tienen alma, o la tienen triste. Y yo quiero que la próxima arruga que surque tu rostro lleve mi nombre, recién llegado al hueco de tus brazos.

Ahora te miras al escote, tomas un pecho con cada mano, sobre la tela de la camiseta, y los subes un poco. Piensas que ahí es donde deberían estar, donde estuvieron hace quince años. Y quizás estás pensando en la posibilidad de hacerte una operación de esas que están de moda. La luz se cuela entre tu cuerpo y la camiseta, y me dibuja, me insinúa, tu perfil ¿Te he dicho ya que me atrae tu cuerpo? Tienes unos pechos preciosos y están donde tienen que estar. Y tienen algo que no tendrán nunca unos trozos de silicona: piel, sensibilidad, receptividad a las caricias. Los pechos de silicona son de mírame y no me toques, insensibles, nunca tendrán arrugas de alegría. No te subestimes, estás en lo mejor de tu vida, estás en la plenitud física y mental, y aún te quedan muchos años para saborear esa situación. Y eres muy atractiva, te lo digo sin que me oigas.

Dentro de un rato, cuando salgamos juntos a la calle, todos los hombres que nos crucemos te van a mirar con admiración. Y a mí con envidia.



(Foto: flor de croccus en la Laguna de los Pájaros)

miércoles, 28 de mayo de 2008

Un paseo por mi sierra

La sierra es como un libro de la naturaleza abierto en el que no sólo puedes aprender a conocer plantas, sino también otras cuestiones no menos gratificantes.

Hace unos días anduve por mis queridas sierras murcianas, y saqué unas fotos que muestran algunas de las cosas que se pueden ver en la montaña, a poco que nos fijemos.

Cagadilla de ... ¿garduña? ¿otro mustélido? Compuesta fundamentalmente por semillas de enebro o sabina, futuros arbustos si alguna llega a germinar. En cualquier caso, preciosa cagarruta, estética pincelada escatológica en el maravilloso cuadro de la naturaleza.

Amor a la vida, este tomillo ha crecido en el hueco imposible de una roca caliza. Creo que es un Thymus longiflorus. Hay muy poco suelo para sus raíces, pero a cambio tiene algo más de humedad y protección contra las heladas, y menos competencia aunque se le ha colado otra planta como con calzador (nunca se me ocurrirá llamarla “mala hierba”, expresión injusta que habría que eliminar de la terminología vegetal) Espero que lleguen a un acuerdo y sigan juntas mucho tiempo sin molestarse demasiado.

Esta perdiz joven apeona entre coscojas y enebros. Incierto futuro el suyo. Espero y deseo que pueda alcanzar a contar a sus nietos las experiencias de su vida que apenas está comenzando esta primavera ¿Cómo se puede disparar contra cualquier clase de vida?

Por aquí ha estado hozando un jabalí en busca de no sé qué raíces o bulbos. Poco habrá encontrado en un suelo tan pobre. No anda lejos, su maravilloso olor salvaje se percibe nítidamente.

Las huellas espirales de estos fósiles muestran que esta sierra estuvo sumergida en el mar hace la torta de años. Hoy la sierra alcanza los 1.500 metros de altitud y está a 60 kms de distancia del Mediterráneo. Las huellas me recuerdan los ojos de una lechucilla que miran hacia el sur, añorando quizás su pasado marino.



(Fotos: sierra del Calar)

La cuevecilla de la cueva

Cuevecilla situada en una pared de la cueva de Mayrena (El Calar, Caravaca de la Cruz)

Sed

Dos horas subiendo por senderos rumbo al collado de la Peña Rubia, calor sofocante aunque ya estamos casi en octubre. Jadeo y sudor.

Sed.

Una mochila con equipaje escueto: frutos secos, unos prismáticos, nunca se sabe qué aves pueden aparecerse en los altos, y una botellica de agua. Agua… hay que racionarla, apenas un chupito cada media hora para humedecer los labios, aquí no hay manantiales. Una duda rasgando los recodos desgastados de mi mente ¿Seguir hacia arriba? ¿Dar media vuelta y volver a la sombra de ese pino donde me espera García Hortelano y una cervecica fresca? La decisión siempre es la misma: subir un poquico más, hasta la loma que se dibuja allá arribotas.

Y de repente… esto

¡Un chorrico de agua!, brotando de las entrañas de esta sierra reseca, casi un milagro. Me lanzo como un poseso, me acucuno y, más que beberla, la muerdo, la mastico como si fuera el último trago de mi vida. Saciado, me siento a su vera ¿una hora?, me gusta oír su canto, el único en este paraje solitario, aparte de las alegres charlas de un bando de mitos que he visto hace un rato revoloteando de pino en pino. Luego prosigo mi camino, refrescado por dentro y por fuera. Y a medida que el sol va pintando otra vez de sudor mi cuerpo, voy pensando que si en estas sierras hubiera mil chorricos como éste, sus ramblas serían ríos y mi querida y sedienta tierra no tendría que pedir agua a quienes les sobra.



(Foto: la fuente de la teja, cerca de la cuava de la Barquilla)

El bicho de la cuevecilla

Este bichillo sólo lo he visto una vez en la cuevecilla (es tímido)

martes, 27 de mayo de 2008

Simetría

El alatón

Mayrena (Caravaca, Murcia)

Pelando la pava

La ayuda al tercer mundo



Anverso y reverso

Fuiste a beber en el charco, y el barro te atrapó ¿O acaso sólo te acercaste a contemplar tu hermosura en el espejo del agua? Beso mortal e inmortal, quizás ese barro celoso conserve tu huella para siempre.

Tú has tenido más suerte que tu hermana ¿o no? Conseguí liberarte del barro y te dejé sobre la roca, con las alas extendidas al sol. Ahora volarás libre, pero no dejarás huella en el libro de la vida.

Anverso y reverso, alas hacia arriba y alas hacia abajo, vida y huella.



(Foto: mariposas presas en un charco de la rambla de los Siete Peñones)

Luz de luciérnaga

Una nueva galaxia en mi jardín? ¿Nube de polvo estelar? ¿Choque de micro-estrellas junto al olivo? ¿Miniconstelación urbana? Corro a por la digital.

Primera foto sin flash, sólo luces, reflejos, pinceladas de colores fríos, equilibrio. Imaginación.

Segunda foto con flash. No hay tal galaxia, y el sujeto (la sujeta) que lanza a la noche sus luces enamoradas carece de la belleza de los cuadros que inventa.

La naturaleza también tiene maravillosos artistas feos.



(Foto: luciérnaga en mi casa de Miraflores)

El viejo chopo

Los dos éramos muy jóvenes, casi unos niños. Nos conocimos unas vacaciones en el pueblo, en verano, cuando las vacaciones de verano duraban tres meses. Paseos por el monte, verbenas con la pandilla, tardes de cine, risas… nuestras miradas limpias se iban cruzando, algo nacía poco a poco entre los dos. Un día de septiembre, con las maletas grises del regreso ya casi cargadas en los seiscientos de nuestros padres, nos cogimos de la mano y nos perdimos en una guincha plantada de cáñamo. Allí olvidaste tu primer pendiente. Y yo conocí la ternura… Luego, en silencio, grabamos nuestros nombres en la piel de un joven chopo de la ribera del río “diego y …” Tú te marchaste hacia el oeste, yo me marché al sur. Nunca volvimos a vernos, el invierno, la distancia y el viento nuevo se encargaron pronto de barrernos hacia la fría isla del olvido.

Hoy, muchos años después, me ha venido tu recuerdo a la memoria y he buscado nuestros nombres grabados. Y los encontré, aunque algo han cambiado, el tiempo no pasa en balde… El chopillo es hoy un arbolazo de 20 metros de altura, y ahí arriba seguimos, juntos, pegados a la cruceta de las primeras ramas. Los trazos finos por los que fluyó aquel día la savia joven son ahora cicatrices anchas, renegridas, secas y retorcidas, la cintura ha engruesado, la piel tersa de ayer hoy es arruga… pero sólo el viejo chopo ha mantenido unidos y eternos nuestros sentimientos de aquel verano.
Mañana serás de nuevo bruma, pero hoy he vuelto a recordar con una sonrisa nostálgica tu pendiente perdido en el cáñamo.


(Foto: un chopo del Camino del Huerto de Caravaca)

El bosque petrificado

Amanece en Patagonia, el primer resplandor del sol y la capa de nubes comienzan a ocultar la Cruz del Sur, que ha brillado toda la noche en un cielo limpísimo. Patagonia, tierra única, dominio de Eolo, paisaje en el que uno, llegado desde muy lejos, se siente humilde espectador, sólo sus escasos habitantes pueden ser aquí protagonistas.

En un rincón de esta tierra, unas coníferas despiertan de un sueño de 60 millones de años y nos muestran su historia, como un libro abierto por el agua y el viento, para que lo lean los que saben y quieren leer. Y ese mismo viento nos chista constantemente para que leamos en emocionado silencio.

¿Cómo se crea el bosque de piedra? La lava de una erupción volcánica arrasa el bosque, arrancando de cuajo los árboles, que quedan cubiertos por una capa mezcla de lava y barro que actúa como manta protectora. El árbol queda encapsulado como los sarcófagos de las tumbas egipcias. Esta cápsula lo protege, evitando la entrada de oxígeno, hongos e insectos que pudrirían la madera. Luego, los troncos son arrastrados por corrientes de agua, y se acumulan en el fondo de los valles, donde son lentamente cubiertos por otras capas sedimentarias. Las células se van llenando de elementos minerales, que acaban por mineralizar todo el árbol, convirtiéndolo en piedra. Al cabo de millones de años, los troncos van reapareciendo ante nuestros ojos como consecuencia de la erosión hídrica y eólica. Al principio aparece el árbol encapsulado. La cápsula se va fragmentando como consecuencia de la acción de las lluvias y los hielos, y finalmente se nos muestra el tronco petrificado.

Unas imágenes del Bosque Petrificado de Sarmiento, situado en la provincia argentina de Chubut, valen más que cien palabras. En ellas se pueden apreciar las fases de la evolución del proceso, que continúa, pues este bosque no ha sido intervenido por el hombre. Para mí sigue siendo un bosque vivo. O resucitado.

En esta imagen se aprecia una cápsula “saliendo” de un cerro, el agua y el viento la están sacando. La cápsula (se aprecia en la foto como una especie de funda) ya ha empezado a desprenderse y deja al descubierto el tronco petrificado.

Al desgastarse la cápsula, lo primero que aparece son estas astillas de millones de años. Este frágil material es rápidamente arrastrado por las aguas y los vientos, por lo que es difícil verlo. Y es madera, no piedra, el proceso de petrificación se desarrolla desde el interior del tronco hacia afuera, por lo que las zonas próximas a la corteza a menudo no han llegado a mineralizarse.

Troncos petrificados....

...áreas en que los árboles siguen rodando valle abajo...

...anillos de crecimiento claramente diferenciados...

...etc, etc..

Quería mostraros estas maravillas. A todos los amantes de los árboles.


(Foto: bosque petrificado en las proximudades de Sarmiento - Patagonia argentina)

viernes, 23 de mayo de 2008

Ventanas

Ventanas abiertas, sin persianas, sin cristales, sin celosías, ventanas que dejen pasar tu música, tu voz, el olor de tu hierba, los aires y los colores de tu tierra, tu lengua distinta de la mía, tus pensamientos, el polen de tus flores, las hojas caídas de tu otoño, el canto de tus pájaros, tu risa, tu llanto, tu abrazo, sin trabas, sin fronteras, ventanas abiertas a todos los horizontes, a todos los vientos, a todos los soles.

(Foto: ventana abierta sobre el río de los Monos - Argentina)

miércoles, 21 de mayo de 2008

En la terraza de un bar

Hoy los he vuelto a ver.

En la terraza del bar de siempre. Sentados muy juntos, los bastones cansados apoyados en sus rodillas y, sobre la mesa, dos tazas de café medio vacías ¿Cuántos años suman entre los dos? Difícil de responder, a partir de los ochenta las edades se diluyen, las canas no pueden blanquearse más, apenas quedan huecos para nuevas arrugas…

Él, ciego, inclina la cabeza hacia la cabeza de ella, atento, risueño. Ella acaricia tiernamente con una mano la mano de él, mientras con la otra sujeta un libro de pastas amarillas que lee, casi musitando, al oído de él.

Siento envidia al veros, tan unidos aún, tan ajenos al mundo que os rodea, tan sinceros. Envidia porque yo no he sido capaz de poder llevar hasta ese final la novela de mi vida, que sigue dando tumbos enganchada a senderos a los que no quiero renunciar.

Mañana volveré al mismo bar, a la misma hora, pediré una caña, abriré el periódico… y fingiré que lo leo mientras os observo. Y pensaré, sólo un instante, que él soy yo, que tú eres ella. Sólo un instante, el que tarda una lágrima en resbalar por mi mejilla hasta perderse en el asfalto.



(Foto: hoja de lirio, Miraflores)

domingo, 18 de mayo de 2008

Amor falso

Sólo pretende jugar. Un Cercis, árbol del amor, ha engañado a un falso castaño.

Con artimañas vegetales y palabras de aire, le ha ofrecido su cuerpo para que deposite en él su semilla. El falso castaño, enamorado, no ha podido sucumbir a los encantos abiertos del Cercis, que hoy muestra orgulloso su trofeo sin futuro. Un trofeo que pronto será tallo seco. Amor verdadero del falso castaño, amor falso del verdadero árbol del amor, juegos de palabras y de sentimientos.

Son historias que están ocurriendo ahí mismo, al otro lado de la puerta.



(Foto: Parque del Capricho, Madrid)

Mi cueva

Las cuevas son frecuentes en los montes calizos. La que aparece en la fotografía es una cueva situada en un monte murciano. Esta cueva es desconocida actualmente, dudo que alguien aparte de mí la visite alguna vez al cabo del año.

Es mi cueva.

Hace muchos años constituyó un refugio para los pastores, como lo atestiguan, a la entrada, restos de antiguas fogatas encendidas para preservarse de los fríos invernales.

La entrada de la cueva es un agujero en el monte. Al introducirte en él hay una pequeña cámara que comunica, a través de un estrecho corredor, con otra cámara más amplia situada a mayor profundidad. En esta oscura cámara profunda hay dos columnas de unos 4 metros de altura (bueeeeno..., de unos 3 metros de altura, pero de ahí no bajo ni un centímetro, que conste...) que parecen sujetar la bóveda. Yo siempre he imaginado estas columnas como árboles colocados al revés, ancladas sus raíces en la bóveda y creciendo sus copas hacia el interior de la Tierra.

En mis caminatas por esta sierra, siempre me introduzco en mi cueva, para descansar y refrescarme, y para contarle las cosas que ocurren en su entorno próximo exterior: cómo crece el lentisco que ya casi cubre su boca y el pino de los dos troncos que me sirve de referencia para encontrarla, le hablo del ramblizo cercano que sólo lleva agua cuando cae un nubazo, de romeros, de liebres, de perdices, de torcazos... Y le cuento abonico pequeños secretillos míos que sólo ella conoce.

Al salir al exterior, una vez reconfortado, veo unas gotitas de agua impregnadas de cal suspendidas del techo del corredor. Son como lágrimas de despedida nostálgica. Pero tú sabes que no pasarán dos meses sin que vuelva a buscarte, y a encontrarte, y a descansar, refrescarme y hallar la paz en tu silencioso útero, y a contarte cosas sin hablar. Te quiero, preciosa.



(Foto: las estalactitas de la cueva de Mayrena)

Los girasoles

¿Quién no se ha maravillado alguna vez ante un campo de girasoles? Olas amarillas sobre un mar esmeralda perfilando los contornos de las lomas.

Estaba yo una mañana sentado en un risco junto a un campo de girasoles, pensando en mis cosas, cuando me surgió de repente una duda ¿Por qué llamamos girasoles a los girasoles? Realmente no giran con el sol, sino que permanecen mirando siempre hacia el punto del horizonte por donde surge cada amanecer el astro rey. Andaba yo con estas reflexiones cuando acertó a pasar por allí un caminante muy anciano, de larga barba blanca, sombrero de paja, alpargatas de cáñamo y zurrón al hombro.

- Oiga, buen hombre – le pregunté - ¿usted sabe por qué al girasol se le llama girasol? –

Se me quedó mirando un buen rato, y al cabo se sentó a mi lado, sacó del zurrón una hogaza de pan y un chorizo crujiente como los que hacía mi abuela, me los tendió, y entre bocado y bocado me contó esta historia:

- Hace muchos, muchísimos años, cuando los peces llevaban zapatos, los girasoles aún no tenían nombre. En aquellos lejanos tiempos, esperaban la salida del sol al amanecer y lo miraban durante todo el día, girando sobre sus tallos, hasta que se ocultaba por los cerros de poniente. Era su forma de rendir culto al sol, a quien admiraban y trataban de parecerse. Un día pasó por allí “el-Hombre-que-pone-nombre-a-las-cosas” y dijo: “os llamaré girasoles”, tampoco se exprimió mucho el intelecto. Y desde aquel día hasta hoy se ha llamado girasoles a estas plantas-

El anciano sacó una bota de vino de su zurrón, y después de echar un buen trago, me la ofreció. Era un vino dulzón, entraba bien a esa hora de la mañana. Luego continuó su relato.

- Un día, al amanecer, cuando los girasoles aguardaban la salida del sol para seguirlo con la mirada en su camino hasta el ocaso, surgió sobre el horizonte levantino un disco blanco, muy brillante, circular, recortado en un cielo aún oscuro. Tenía un halo verde alrededor, latía como un corazón galáctico y emitía un sonido lejano similar al que produciría un concierto armónico de grillos y sapos enamorados. De repente, se apagó, desapareciendo. Los girasoles quedaron fascinados ¿Qué fue aquella luz? Nunca lo sabremos, pero desde aquel día los girasoles miran constantemente hacia el horizonte de levante esperando que reaparezca su imposible luna llena del amanecer. Y dicen los que saben de estas cosas que todas las noches lloran lágrimas nostálgicas de oro-

El anciano se levantó, colgó de su hombro el zurrón y se alejó por el camino de los cuentos. Y yo me quedé pensando que quizás habría que cambiar de nombre a los girasoles. Pero esa es una cuestión que sólo puede decidir “el-Hombre-que-pone-nombre-a-las-cosas”, y hace mucho tiempo que no sé nada de él.



(Foto: campo de girasoles, hecha por mi hijo Hugo)

sábado, 17 de mayo de 2008

La vieja olivera

En los años cincuenta del siglo pasado, la mayoría de los cortijos no tenían agua corriente ni electricidad. El agua para lavarse se sacaba de un pozo o se traía desde una cieca o manantial próximos, en unas cántaras que se vertían en jofainas situadas en los dormitorios. La luz se obtenía de unas lámparas de carburo, que nunca supe muy bien en qué consistían. Y por supuesto, no había cuartos de baño ni retretes (¿por qué habrá desaparecido esta hermosa palabra en favor de la horrísona "water"?) Para evacuar... estaba el campo. Al menos eso es lo que ocurría en el cortijo de mi abuelo.

Cuando yo era un niño pasé algunos veranos con mi abuelo. Veranos mágicos llenos de historias de lobos, de lunas en todas sus fases, de ruidos nocturnos de lechuzas, búhos y duendecillos, misterio.

Para hacer mis necesidades, recuerdo que acabé encontrando una olivera (así llaman a los olivos en la tierra de mi abuelo) perfecta, por su ubicación (lejos de la casa, semioculta) y por su configuración. Una rama horizontal a media altura, con dos especies de apoyabrazos a ambos lados, convertían la acción más natural del hombre en un verdadero placer. Me subía al árbol (pantaloncillos bajados previamente), y me sentaba sobre la rama, de modo que mis piernas adolescentes colgaban por un lado y mis partes nobles por el otro. Mientras duraba el acontecimiento, mis brazos reposaban en la rama y mis manos podían sujetar, o no, el último DDT o Pulgarcito, tebeos que empezaron a enseñarme el sendero de la lectura. Al terminar, unas piedras o unas hojas de la parra y el agua fresca de la acequia cumplían su misión higiénica igual o mejor que los papeles perfumados y los bidets actuales.

Hoy he encontrado mi vieja olivera.

Sigue igual que hace cincuenta años, parece una olivera de diseño esperando que alguien se acucune en su rama, culo al aire. Y he estado a punto de hacerlo yo, rememorando viejas hazañas, pero cuando ya estaba desabrochándome el cinto... he pensado que mis ruíllas ya no son las de antaño para trepar ágilmente, que ya no tengo equilibrio, y que, de subirme, igual me caía, y me hacía carbonato o me quedaba esfaratao sobre los terrones del bancal. Que no está uno ya pa esos trotes... Eso sí, al marcharme he comprobado con orgullo que el espino negro y el romero que hay debajo de mi vieja rama de olivera están más crecíos que los de los alrededores.



(Foto: olivera en la guincha alta del Saltador, Mayrena)

Pildorillas


Me gustan las líneas caóticas, las imprevisibles, las que no buscan una meta sino un espacio.

Cuando me voy a dormir, siempre dejo dos vasos de agua en la mesilla de noche, uno lleno y otro vacío. El vaso lleno es por si me despierto de noche y tengo sed, y el vacío, por si me despierto de noche y no tengo sed.

Hay hombres que tienen la inmensa suerte de encontrar la mujer de su vida. Y otros, que tienen la inmensa desgracia de encontrar las dos mujeres de su vida...

Un hombre maduro tiene que hacer continuos esfuerzos para no caerse al suelo desde la rama que lo sostiene.

Una vez, un mago me quiso adivinar el futuro. Le dije que primero adivinase mi pasado. Y no acertó ni una...

Cada vez llegan y pasan más deprisa las primaveras, los otoños, los inviernos. La velocidad de la vida no hace más que aumentar ¿Cuánto me faltará para llegar a la curva de la bofetada definitiva?

Dios es como los preservativos. Nunca lo encuentras cuando más lo necesitas.

Los agoreros ladran desde su cueva, sin atreverse a salir de ella.

Espero que el hijo pródigo del evangelio no se arrepintiese nunca de haber sido pródigo...

Cuando el ídolo que no quiere serlo es derribado del pedestal que lo atenaza, ha tenido suerte: al fin puede huir corriendo.

Los que se alejan del camino marcado se llaman rebeldes. Los que siguen el camino marcado se llaman borregos ¿Habrá algún día más rebeldes que borregos?

La monogamia la inventó Dios para quedarse él con todas las mujeres que sobrasen.

Más sabe Dios por viejo que por diablo.

Dios, te llevo buscando ni se sabe….
Primero te buscaba para adorarte.
Luego, para pedirte ayuda.
Ahora… te busco para partirte la cara.

Cuando la gente te empieza a decir que no has cambiado nada, que estás igual que hace veinte años, ya puedes empezar a preparar tu funeral.

Ayer me llamé por teléfono. Y no me quise poner.

Mi padre me dijo que la mejor edad del hombre está entre los cuarenta y los cincuenta años. Lo malo es que cuando me lo dijo yo ya tenía cincuenta y uno...

No consigo recordar tu nombre. A lo mejor es que no has existido.

La felicidad es una lucecita lejana que, cuando al fin la alcanzamos, vuelve a alejarse.

Me preocupa el equilibrio y la estabilidad que vuelve a haber en mi vida. Debo de estar a punto de cagarla otra vez...

Alguien ha descubierto la ecuación de las formas del botijo. El día que otro alguien descubra la ecuación de las curvas de la mujer, se habrá acabado la poesía.

El alma de la mujer también está llena de curvas en las que un hombre puede encontrar refugio.

Los animales se diferencian de los hombres en que no piensan. Por eso hay tantos hombres que no se diferencian de los animales.

El talento es la estética de la inteligencia.

Quisiera volver a recorrer los senderos del jardín de tu cuerpo y buscar en tus caminos la fuente de la pasión eterna, para beber y beber hasta embriagarme... esta vez para siempre.

Al fin he descubierto el árbol de la amistad. Estaba escondido en un recoveco del jardín de tu alma.

Estoy a cien millas de ninguna parte, caminando alegre hacia ningún lado, silbando al ritmo de mis botas pardas. Sin frío ni calor, sin nubes, sin sol.

Deshojando la flor de la jara estoy, cinco pétalos, número impar, siempre sale que me quieres... Y me lanzo al monte, entre las matas voy buscando tu feromona, tó zumbao...


viernes, 16 de mayo de 2008

El duendecillo poeta

Yo era entonces un niño, rondaba los siete años, y me gustaba mirar la luna llena cuando iluminaba mis noches manchegas. Solía mirarla desde el jardín de la casa de mi abuelo, sentado en un poyo que había en la parte posterior de la vivienda, un lugar oscuro donde la luz de la luna llegaba con toda su intensidad. A mi alrededor, plantas diferentes que no conocía, y el canto de muchos grillos. Me entretenía mirando los pétalos blancos de las flores caídos en el suelo. Reflejaban la luz de la luna, y despertaban mi imaginación de niño que empieza a soñar.

Una noche estaba mirando los pétalos blancos, imaginando historias, cuando me pareció que sobre uno de ellos había algo que se movía de un lado para otro. Tenía vida, era muy pequeño, y parecía estar escribiendo sobre el pétalo con una acícula de pino impregnada en polen. Me acerqué más, y aquel diminuto ser, al sentirse observado, saltó y se escondió entre la hojarasca, asustado. Pero me dio tiempo a ver que era un pequeñísimo duendecillo, no más grande que un escarabajo pequeño, con un sombrero verde.

Recogí el pétalo y, acercándolo al rayo de luna más gordo que encontré, pude leer lo siguiente, escrito en una diminuta letra de color amarillo:

Mira en el cielo azul
con manchas blancas de nubes.
En las nubes, a lo mejor
hay unos pequeños seres
que cantan muchas canciones,
juegan a juegos bonitos,
y se llaman los purritos.
Los purritos son...

Sentí haber interrumpido al duendecillo en su labor creativa. A pesar de mi corta edad, me di cuenta de que eran unos versos sencillos, llenos de ingenuidad y frescura, sin duda escritos por un duendecillo niño, como niño era yo entonces. Las noches siguientes, y muchas más noches de luna llena, volví para ver si reaparecía mi duendecillo niño y seguía escribiendo su poema inacabado. Pero nunca lo volví a ver. Busqué muchas veces entre los pétalos caídos por si alguno estaba garabateado de amarillo. Pero todos lucían blancos como la luna llena.

Y aún hoy, después de muchos años, cuando veo algún pétalo blanco en el suelo, lo miro y remiro por ver si hay algo escrito en él. Porque ése duendecillo niño existe, de eso estoy seguro.



(Foto: pétalos caídos de una mata de jara pringosa, Canencia)