lunes, 27 de febrero de 2017

Cabreómetro


La gente anda cabreada, es un hecho. Con o sin razón. Más en las grandes ciudades que en los pueblos. Más los políticos que los ciudadanos que trabajan. Más los discriminados que los discriminantes. 

Yo me pregunté una tarde que me preguntaba cosas: “¿Cómo se podría medir el grado de cabreo de las personas?”. Y se me ocurrió diseñar el “cabreómetro”, cuyo esquema figura ahí arriba. Su fundamento se basa en el hecho de que, a mayor cabreo, mayor es el fruncimiento del entrecejo, de manera que el susodicho entrecejo se junta y apretuja a medida que el nivel cabreístico aumenta. A mayor ajuntamiento entrecejero, mayor cabreo. 

En esencia, el cabreómetro (Cabreating System) consiste en una perilla de caucho (semejante a la famosa lavativa) rellena de un líquido rojo, y una escala numerada. La perilla se introduce entre las cejas del individuo cabreado. La mayor o menor distancia entre las mencionadas cejas presionará más o menos la perilla y ascenderá en consecuencia más o menos el líquido por la columna, de modo y manera que se podrá leer, en la escala numerada lateral, el grado de cabreo del personaje en una gradación que abarca desde 0 (cabreo leve) hasta 100 (cabreo profundo, irritación)

Ya solo me queda estudiar para qué puede servir este fildurcio medidor de cabreos. Pero hay tal cantidad de cosas que no sirven para nada (la clase política, sin ir más lejos) que este aparato no desentonaría entre tanto cacharro inútil e ineficaz.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Un año sin Mariajesús

Hoy hace un año que nos dejó Mariajesús, mi querida Paradeliña. Nunca olvidaré a esta galleguiña tan generosa, que tanto nos dio a través de su blog inolvidable. Hoy levanto mi belmonte en mi tierra murciana, sonrío, y mirando a esa luna que quiere ocultarse tras los Siete Peñones brindo por ti, Paradeliña guapa.

lunes, 13 de febrero de 2017

Volvimientos

Me dijeron: "No vuelvas a beber ese agua, a saber qué gérmenes arrastra desde las rocas de la cumbre". Volví. Y bebí. 

Me dijeron: "No vuelvas a acariciar aquella piel, no está hecha para tus manos, puedes arder". Volví. Y acaricié, ardí. 

Me dijeron: "No vuelvas a comer esa fruta prohibida, la cultiva un diablo de ojos colorados". Volví. Y la comí. 

Me dijeron: "No vuelvas a andar con esa gente tan rara, tan colgada, tan diferente, tan notú". Volví. Y anduve. 

Me dijeron: "No vuelvas a mirar estrellas, son inútiles, no enseñan nada ni producen dineros". Volví. Y miré. 

Y ahora que por fin nadie me apaliza con la murga de que no beba, ni acaricie, ni arda. ni coma, ni ande, ni mire, ahora que nadie me alecciona levantándome el dedo ejemplarizante, ahora que nada es pecado ni existen los remordimientos... ahora resulta que ya no puedo beber, ni acariciar, ni arder, ni comer, ni andar, ni mirar.

(Foto: instante previo a la ocultación de Aldebarán por la Luna la noche del 5 de febrero de 2017, en versión libre, loca, distorsionada y neurótica)

sábado, 11 de febrero de 2017

viernes, 10 de febrero de 2017

El dilema del pájaro

Estos días se está discutiendo sobre a qué especie corresponde el pájaro que sobrevuela en el logo del PP. Se duda entre si es una gaviota, un charrán o un albatros. Yo, que soy marujón por naturaleza, he aplicado una lupa a dicho pájaro y he descubierto con sorpresa que se trata de un ¡Pájaro Pec!, pájaro que creé hace cincuenta años y que aparece regularmente en esta cueva. Las pruebas son irrefutables como puede verse en el mono de abajo: esa carita inconfundible, la cresta roja, las alas azules y sobre todo, esa doble letra P que aparece debajo, siglas que corresponden inconfundiblemente a "Pájaro Pec". Voy a reclamar mis derechos de autor, vaya que si reclamo, de esta me forro.


lunes, 6 de febrero de 2017

Picoesquinas (continuación 6)

Cuando se hubieron apagado las últimas luces de la navidad ―fiestas que odiaba y que pasó escondido en lo más profundo de su bosque mental inaccesible―, reapareció caminando recto entre los setos de aligustre hasta alcanzar la fuente de los tres apóstoles. Salió luego a la superficie, torció dos calles a su derecha, tres a la izquierda y luego otra a la derecha hasta enfilar el paseo marítimo. Aquí embocó la calle ancha, que siguió por su bulevar central, sorteando los chiringos protegidos del sol con sombrillas de colores, la mayoría verdes (alguna morada, desentonando). Salió por el pórtico de la victoria y embocó la calle de la izquierda. Se detuvo en el semáforo y, cuando verde, atravesó la avenida hacia el parque. Al llegar al párking torció por la bocacalle de la derecha y cruzó la avenida por el paso subterráneo (no utilizó la rampa para discapacitados sino las escaleras adyacentes). Entró en el parque por la puerta de los emigrados y tomó el primer camino de la derecha. Continuó luego durante cinco bocacalles más, viendo de soslayo su imagen reflejada en los escaparates de los comercios, aún ―o ya― cerrados. Salió de la plaza por la puerta de san ginés, tomó la calle adyacente y siguió recto un cacho.