lunes, 25 de febrero de 2013

Hoy

Para intentar recordarte 
hoy he buscado tu olor 
por peñas, ramblas, canchales, 
pero no lo hallé; 
 hoy está vacío el aire. 
Hoy 
busqué tanto recordarte 
que no te olvidé ni un instante.

(Foto: Rambla del Agua, Caravaca, Murcia)

lunes, 18 de febrero de 2013

La hache intercalada


Esbelta, está asomada a la ventana. Mira pasar por la acera, ahí abajo, palabras recién salidas de un teclado invisible, sucediéndose como vagones disciplinados de metro. Se sabe muda, sola, diferente; sabe que solo escrita adquiere su dimensión real y visible. Entonces se lanza sobre los vagones, quiere ser noticia mañana, dejar de ser anónima e ignorada. Y cae mal, como tantas hermanas suyas que la precedieron en el salto y formaron inexistentes tohallas, ahullidos, humbrías. Ella cae entre una s y una a, conformando un deshaucio imposible. Sin capacidad para modificar su posición aun sabiéndose errada, continúa impotente la marcha de los vagones rumbo a las rotativas de los diarios y a las notas de la telele-visión. Miles, millones de personas la leerán así mañana, desplazada, y ella, que adora la estética, sufrirá en silencio sintiéndose culpable. No sabe que muchos ni se darán cuenta del error y que al día siguiente nadie hablará de ella; solo será parte de una cuartilla arrugada en el fondo de la papelera del olvido. 

(Foto: “yamada” a suicidio colectivo en pared madrileña)

lunes, 11 de febrero de 2013

lunes, 4 de febrero de 2013

El bicho


Asomó su cabecita por el borde del libro, se detuvo un instante, movió sus antenas escudriñando el entorno. Olvidé la lectura; me concentré en él. Trepó a la página y la paseó con pasos decididos. Primero la recorrió de arriba a abajo y de izquierda a derecha, no en línea recta sino trazando pequeñas curvas a uno y otro lado. Al llegar al extremo inferior se detuvo otra vez, pensativo. Giró sobre sus seis patas y emprendió un nuevo recorrido, esta vez desde el borde inferior hasta la mitad del borde izquierdo. Y allí volvió a detenerse sobre la palabra advertencia. No sé si leía, si aprendía ortografía (como yo), si quería comunicarse conmigo mediante un mensaje que no entendí, o si sencillamente descubría su sombra estilizada proyectada sobre la página anterior, admirándose. Estuvo un buen rato así, desafiante. Luego se dirigió de nuevo al borde de la página por el que había surgido, bajó el escalón del lomo del libro, caminó sobre la mesa de mármol oscuro hasta su extremo y desapareció de mi vista descendiendo, supuse, por la pata de la mesa. 

Ya no he podido volver a enfrascarme en el estudio de las tildes; el bicho lector ha acaparado mi pensamiento, mi concentración. Desde entonces, siempre abro el mismo libro a la misma hora por la misma página sobre la misma mesa de mármol oscuro, por si aparece de nuevo. Día tras día esperando ver el amanecer de sus antenitas en el horizonte de la página inacabada.

(Foto, el bicho de las tildes)