lunes, 18 de mayo de 2015

El pino de los dos troncos


Durante años fue mi referencia para encontrar la cueva. Subía por la rambla hasta que aparecía detrás de una revuelta, ahí arriba, solitario en aquella ladera pelada, los brazos abiertos ansiosos de recibir un abrazo que nunca le di. Yo sabía que, en ese punto de la rambla y trepando hacia él encontraba la cueva, oculta bajo un lentisco, a mitad de distancia. 

Luego, con tanta subida, tiempo y costumbre me olvidé de él. Encontraba mi cueva por intuición, atraído por su llamada silenciosa surgida desde su más profundo, por su aroma, excitado como un zorro en celo. Nunca supe que él me seguía abriendo sus brazos, desilusionado al saber que ya no lo necesitaba, que ni siquiera le dedicaba una mirada de reconocimiento. 

Hoy lo he vuelto a buscar con la mirada y solo he encontrado dos troncos resecos, no sé ni cuándo murió, quizás de pena. Y me he acercado a devolverle ese abrazo que siempre esperó, sintiendo en mi conciencia el reproche de los numerosos pinitos que lo rodean, nacidos sin duda de sus amentos y sus lamentos. 

Campeón, ya eres mineral, como la cueva, y sé que a partir de ahora, cuando suba por estas soledades mi primera mirada será para ti.

(Foto: el pino de los dos troncos)

lunes, 11 de mayo de 2015

El Cerro Gordo


El Cerro Gordo es aparentemente el más alto de los montes que enmarcan Caravaca. Pero es el de menor altitud. El hecho de ser el más cercano al pueblo le da esa falsa jerarquía (ya se sabe, la perspectiva que nos deforma y trastoca las mayordeces y las menordencias). Lo que sí es, doy fe, el más molesto de subir, por su elevada y contínua pendiente, constituída además, para mayor jodimiento, por zonas amplias de canchales de piedra suelta. Pero bueno, al llegar a la cumbre se le perdona todo. O casi. Su nombre, como todos los topónimos, está muy bien elegido: es un cerro gordo recortado contra un cielo casi siempre azul. Aunque a mí, desde zagal, siempre me recordó a un mamut dormido. No sería tampoco un mal nombre: el Mamut Dormido, me gusta.

Hace unos días lo he vuelto a subir. Por última vez, fijo. Con este incómodo monte ocurre que lo subes una vez, despotricando, llegas a la cima, to sudao, admiras el paisaje, lo bajas (incómoda bajada también) y cuando llegas a su base dices: "nunca más". Pero el efecto rechazo dura cinco años, al cabo de los cuales te vuelve a entrar el remusguillo, el por qué no, el qué bonito es, qué provocativo, los olvidos, los perdones... y vuelves a arrear p'arriba. Pero no creo que yo esté para muchos remusguillos y subimientos dentro de cinco años, ahora que todo empieza a bajárseme. Esta vez me he despedido de su pelada cumbre con una lagrimilla. O tal vez lo que sucede es que siempre escojo el camino menos inteligente para treparlo.

 Entre las piedras crecen numerosas plantas interesantes.
Como esta mata de tomillo (Thymus).

A media subida, masticando pulmón, hago un alto para admirar estas vistas hacia Peñón de Cieza, lejos, y montes de Calasparra más cercanos. La hora temprana y las brumas mañaneras añaden un no sé qué (¿magia?) al cuadro.

 El jaguarzo blanco, Cistus albidus, una joyita botánica de estas laderas, ahora en flor y con su bichito incorporado (una flor de jara sin bicho es una flor frustrada)

 Ya cerca de la cima, una mata de gamón (Asphodelus) estira el cuello hacia la nube en busca de ella sabrá qué. Quizás los Campos Elíseos, que según la antigua Grecia estaban cubiertos por esta planta.

 La cumbre, y el sol que la (me) saluda a través del velo de nubes.

 En el hito de la cima, de tu nombre que grabé enamorao perdío hace mil años, sólo queda una E tenaz, luchando contra musgos, erosiones, vientos, soles, distanciamientos... Siempre que la veo me pregunta por ti y no quiero contestarle; o le miento descaradamente.

 Ese monte pelao es el Calar de Mayrena, más allá los Siete Peñones y, al fondo, las sierras de Barranda.

 Ahí abajotas, el pueblo de Caravaca anunciando sus próximas fiestas. A pesar de lo temprano de la hora, ya se oía el coheterío convocando  aconteceres y divertimentos. Y yo aquí arriba, solo...

 Peña Rubia, donde estuve dos días antes, y Buitre.

 Esta es la foto seria, para la Prensa.

Y esta, más distendida, para los amiguetes, blogueros o sin.

Aquí, mi recorrido para wikilocos.

lunes, 4 de mayo de 2015

La Peña Rubia

Al sobrepasar Cehegín viniendo desde Murcia por la autovía, se abre ante nosotros una panorámica con Caravaca y su castillo en lo alto del cabezo y detrás, como telón de fondo, los montes que enmarcan el cuadro: el Cerro Gordo, el Buitre, la Peña Rubia, el Cigarrón, Siete Peñones, el Gavilán... De todos ellos, el que fija primero nuestra atención es la Peña Rubia por su belleza y altanería. Es una formación típica de las sierras calizas del sureste español, constituida por una crestería rocosa de acantilados rojizos que justifican su nombre: peña y rubia. Rubia sobre todo cuando le da el sol mañanero. Y amenazante: detrás de ella aparecen los "nublos" cargados de pedrisco que tanto daño hacen a los frutales en época de tormentas.

Hace pocos días he vuelto a subir allá "arribotas". Son ya tantas veces que a menudo pienso que soy un elemento más de este paisaje tan agreste y tan querido.

Empiezo por el antiguo "camino de los montadores". Piedra, marro y pendiente. Intransitable por fortuna para vehículos y para caminantes sin ilusión ni moral.

Al final del camino, la pendiente se suaviza y aparecen en el horizonte la Peña Rubia (izquierda), el Buitre (centro) y el Cerro Gordo (derecha).

Subiendo hacia la cumbre por una trocha pina y estrecha, 
la panorámica a nuestra espalda se abre hacia los Siete Peñones.

¿Cuál es la cima? Bueno, me quedo con las dos.

Desde la cumbre, vistas hacia la sierra de Quípar.
Caravaca con su castillo a la izquierda.

Sierras de Calasparra a lo lejos y Cerro Gordo (ahí subiré en unos días) 
Y la pista de tierra que serpentea hacia el Nevazo.

Bajé por el otro lado, dando un rodeo a la Peña, quería visitar las ruinas de un antiguo pozo de nieve situado en el Nevazo. Tiene unas dimensiones muy considerables y es una preciosidad. Reproduzco lo que se dice en la página web de la Región de Murcia sobre esta interesante construcción cuyo origen se remonta al siglo XVII: 

"A lo largo del tiempo, el pozo de nieve cumplió una destacada función de conservación de ciertos alimentos y en la preparación de líquidos refrescantes durante el verano. En 1608 se acordó la construcción de un pozo o casa de la nieve en lo alto de Peñarrubia, término de esta villa, propio del concejo. Sin embargo, la citada casa debió de destruirse pronto puesto que en 1626 se ordenó que se construyera otro pozo que se identifica con el actual. Al año siguiente ya estaba en pleno funcionamiento y, en los inicios del verano, el concejo regulaba la venta y el precio de la nieve. En 1755 se encontraba arrendado en 200 reales anuales. Desconocemos cuando se dejó de utilizar aunque su fin debió de llegar con la instalación definitiva de la fábrica de hielo de las Fuentes en 1925."

La fuente del Nevazo, un poco más abajo y que en esta época escurre 
un hilillo de agua que sabe a gloria.

Más adelante, una cabra montesa me mira pasar desde las faldas del Cerro Gordo, como despidiéndome, y yo le prometo que volveré muy prontico.

(Aquí, mi recorrido en wikiloc.)