jueves, 14 de octubre de 2010
La botella vacía
Era una noche fría, húmeda y ventosa. Tras abotonarse el abrigo sobre su cuerpo consumido y alzar el cuello por encima de las orejas de forma casi inconsciente, se incorporó con gran esfuerzo del banco de madera sobre el que se encontraba tumbado y se sentó en él. Todo le daba vueltas, le dolían las articulaciones, no sentía las manos ateridas por el relente de la madrugada, ni los pies, que notó sólo cubiertos por unos calcetines finos cuando los apoyó sobre la tierra húmeda. Buscó a tentarujas sus zapatos, que encontró al cabo de un rato tirados de cualquier manera debajo del banco y se los calzó sin recordar que se los hubiera quitado. Sentía un fuerte dolor de cabeza y un sabor ácido en la garganta.
Poco a poco fue tomando consciencia de la situación y del lugar en el que se encontraba. Recorrió con su mirada vidriosa y turbia el entorno, deteniéndola unos instantes en los detalles que podía identificar en la oscuridad de la noche, oscuridad sólo interrumpida aquí y allá por la luz lánguida de alguna farola.
Todo lo que veía a su alrededor le resultaba extraño, desconocido. El gran árbol situado frente a él cuyas hojas mecidas por el aire de aquella noche caían al suelo, secas, debía de ser otoño. La papelera a su izquierda, del otro lado del camino de tierra, llena a rebosar de restos inidentificables de diversa índole. El pequeño estanque a sus espaldas con una humilde fuente y la estatua de algún personaje local importante. El camino de tierra que discurría a su lado, perdiéndose en la oscuridad a derecha e izquierda, rumbo a no sabía dónde. La botella vacía y muda al otro extremo del banco en el que se hallaba sentado…
El reloj de alguna torre cercana comenzó a dar campanadas. Las contó: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… Eran las siete de la mañana, de una fría y húmeda mañana que no conseguía situar en el calendario de su vida.
Dejó transcurrir algún tiempo sentado en aquel banco extraño, sujetando con las manos la cabeza inclinada sobre su pecho, tratando de buscar una explicación, un por qué ¿Qué hacía allí a esa hora de la noche? ¿Cómo había llegado? ¿En qué ciudad estaba? Y sobre todo ¿quién era él? Sus preguntas se perdían como gritos sin retorno en su mente dolorida...
Al cabo de un tiempo difícil de evaluar, introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta que llevaba puesta y extrajo una cartera de cuero negro. Revolvió su interior con sus dedos helados. Había un abono de autobús con ocho viajes realizados, dos billetes de diez euros y uno de cinco, el listado de la compra en un supermercado, y lo que buscaba: un documento nacional de identidad. A la débil luz de la farola más cercana pudo leer en aquel documento un nombre, un apellido, una dirección, una fecha de nacimiento… Nada de lo que leía le traía algún recuerdo, alguna idea sobre su identidad.
Entonces trató de recordar algún episodio de su vida, de recomponer la imagen de un rostro femenino, de unos hijos, de un lugar de trabajo... Pero ningún recuerdo acudió a su mente vacía. Buscó a alguien a quien preguntar por sí mismo ¿sabe usted quién soy?, pero a esa hora el parque estaba totalmente vacío, sólo un perro famélico e indiferente trataba de volcar con afán el contenido de la papelera cercana. Y como único sonido, el del agua de la fuente que manaba no lejos de allí, y el del viento abriéndose paso entre las ramas de los árboles.
-Tengo que salir de aquí- pensó, y con un gran esfuerzo se puso de pie. Las piernas apenas lo sostenían. Buscó en algún bolsillo un cigarro y lo encontró junto a unas llaves que ni se preocupó en identificar, seguro de que sería inútil intentar hacerlo. Lo encendió y lanzó hacia la noche una bocanada de humo que el viento se encargó de hacer desaparecer. Miró hacia las copas de los árboles y vio que ya se percibía un ligero clarear en el cielo, pronto amanecería. El camino de tierra se fue haciendo más visible y al fondo, a lo lejos, pudo ver una puerta abierta que comunicaba el parque con el bullicio de la ciudad. No estaba demasiado lejos, quizás había entrado por ella el día anterior, o hacía varios días, no podía precisarlo. Hasta él llegaba el eco de los primeros coches circulando por las calles del entorno del parque, aquella ciudad desconocida comenzaba a despertarse.
Cogió del extremo del banco la botella vacía, la observó durante unos instantes, intentó exprimir un último trago que no encontró, olió su interior para tratar de identificar el licor que contuvo, buscó la etiqueta, y, sin hallar respuestas, la introdujo en el bolsillo de su abrigo.
Y con paso vacilante comenzó a caminar por aquel sendero de tierra que lo conducía hasta la puerta de su realidad olvidada, sin demasiada prisa ni interés por recuperarla.
(Foto: botella vacía en un banco de madera de un jardín de Campoamor)
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Esta mañana he escuchado en la cadena ser, un concurso de microrrelatos y me he acordado de ti, eres muy, pero que muy bueno escribiendo relatos, podrias participar, venga animate!!!
ResponderEliminarMe gusta mucho...has conseguido angustiarme...
ResponderEliminar***
Solo nos premias una vez al año...¿no fué por estas fechas cuando el año pasado comenzaste la historia de aquel hombre al que otro se le subió a caballitas?
ResponderEliminarQué preciosa historia aquella. También esta, ya lo sabes.
Tendrías, por mi bien, que prodigarte más.
Ella, éste es el primer relato que escribo para un taller de escritura creativa al que me he apuntado en un centro cultural del ayuntamiento de Madrid. Nos dan una frase inicial y a partir de ella tenemos que escribir una historia de dos folios. El lunes la presento en el taller para que me critiquen el texto. Seguro que no van a ser tan complacientes como tú, ya te contaré :) Por cierto ¿has visto que los ojos de "mi" mora se parecen a los de tu hija?
ResponderEliminarLourdes ¿de verdad te parece angustioso? No era mi intención escribir un texto angustioso. Tengo muuucho que aprender en esto de la escritura. Para eso me apunté al taller.
María Jesús, pues creo que sí, que fue hace un año más o menos. Aquella historia sí que era angustiosa... :)
Diego una noche me desperté sin saber quién era y donde estaba, fueron unos segundos, te aseguró que lo pasé muy mal.
ResponderEliminarTal vez por eso me he angustiado al leerte.
Supuse que era para el taller.
Lo del taller me parece muy interesante, que no se te olvide contarme que te han dicho.
ResponderEliminarY lo de los ojos...Es cierto!!! No me habia fijado.
Lourdes, a mí me pasa casi todos los días, Al despertarme, lo primero que hago es preguntarme ¿quién soy? ¿dónde estoy? ¿qué hago aquí? :D Consecuencia de haber viajado tanto.
ResponderEliminarLo de los ojos... Al final nos acostumbramos a tener tanta belleza a nuestro lado, ella. Los ojos de tu hija son una preciosidad, seguro que no hace falta que te lo diga. El lunes voy al taller, ya te contaré en la última entrada de tu blog o en una dirección de correo si lo prefieres. Me la puedes dar aquí: dseaa@yahoo.es
Hay que ver, me has dejado asombrada diego, queria saber que le pasaba al pobre amnesico, y me he quedado con las ganas......
ResponderEliminarMuy bueno, me encanta leerte, y ahora que vas a ese taller nos deleitaras más amenudo yujuuuuuu!!!!
También recuerdo aquella historia por fascículos del parásito que nos tuvo en vilo, angustiosa de verdad!
ResponderEliminarEsta la encuentro inquietante.
Inquietante, sugestiva…inteligente
Nos apruebas seguro, vaya! (el emoticón ese que guiña un ojo)
Buen relato Diego.
ResponderEliminarHe de confesar que yo tambien acaricio la idea de escribir .... pero en el mundo en el que anda perdido el protagonista de tu relato, el tiempo vale más que el oro. Y no soy rica.
(Hay muuchos concursos de microrelatos :))
(el herrerillo)
Angelito, ayer vi al tipo en el mismo banco, con el mismo frío y agarrado a la misma botella. Algo le pasa, pero ni yo lo sé... Ni él tampoco.
ResponderEliminarMercedes, no creas que apruebo, no sabes el nivel que hay en el taller (emoticón dando un besico a otro emoticón :D)
Eres rica, herrerillo, que te he leído algunas cosas. Anímate, anda. Me sigue gustando que vueles de vez en cuando hasta aquí.
Diego, no nos tengas más en vilo. Dinos qué te dijeron en el taller.
ResponderEliminarMuy bueno Diego, como siempre. Hace mucho mucho tiempo yo estuve en un taller de literatura y haciamos ejercicios como el que cuentas. mola mucho ver los diferentes resultados del mismo punto de partida. Ojalá tuviera tiempo de retomar ese hobbie.
ResponderEliminarBrother E... ¿duardo? En el taller miran más la forma que el contenido, y el nivel es bastante alto. Estoy aprendiendo mucho.
ResponderEliminarChelo, es curioso porque yo pensé que con la frase inicial a todos se nos habría ocurrido la misma historia. Pero, como tú dices, cada uno salió por un camino diferente. Yo tengo la suerte de que... ya estoy jubilado y toooodo mi tiempo es para mí.
PRECIOSO RELATO LLENO DE ANGUSTIA, ABANDONO Y SOLEDAD, ME CONMOVIÓ HASTA EN LO MÁS PROFUNDO DE MI ALMA, MUCHISIMES GRACIES POR COMPARTIR TU ARTE IMAGINATIVO Y SOBRE TODO TU DON PARA TRANSMITIRLO AL QUE LO LEE, UN BESIN DE ESTA ASTURIANA QUE SE QUEDA DE SEGUIDORA EN TU BLOG, PORQUE LAS COSAS BUENAS MERECEN SER LEIDAS.
ResponderEliminarGracias por la continuación "anónima", Pedro. Suerte tuviste de encontrarla en tu banco... :D
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