lunes, 30 de abril de 2012

lunes, 23 de abril de 2012

La sámara y el brezo


Se desprende del olmo, esperanzada. Gira sobre su ala, como una mariposa o una bailarina de ballet, intentando alejarse al compás de la brisa, encontrar un pedacito de tierra fértil y poder allí germinar. Enamorada de esa tierra que no conoce, su ala dibuja una especie de corazón. Piensa en la semilla que lleva dentro, en que algún día se convertirá en árbol frondoso para inspiración de poetas, comida de galerucas y nido de alcaudones. 

Y así vuela ilusionada, cae mecida por el viento, se aleja, puede que hasta cante (o tararee) alguna canción de esas que cantan las sámaras de los olmos. 

Ya está en el suelo. Mira a su alrededor, y no le gusta lo que ve: está rodeada por cientos, miles de sámaras iguales a ella, que también soñaron y volaron como mariposas. La competencia. Además, ha caído sobre una fea baldosa, estéril, sucia, donde no encontrará tierra ni sustento para medrar. Mala suerte, piensa. 

Quiere huir de allí. Levanta un poco el ala, y basta una breve brisa para elevarla en el aire de nuevo. Se balancea, sube, baja, se dirige, cambia, flota, se mece, se aleja, suspira, canturrea de nuevo (¿cómo serán las canciones de las sámaras?), piensa, sueña, mira. Ya está lejos de la baldosa, recoge su ala con un movimiento coqueto, como el de una mujer que se baje una falda rebelde (Marilyn Monroe), y se deja caer. Este puede ser un buen lugar. 

Pero queda presa, no sabe si por un fallo en su cálculo, una última racha de aire no prevista o los designios y piruetas del destino, presa digo y prendida de la rama de una valla de brezo. Se debate, se agita, llora, patalea, intenta liberarse para continuar su vuelo, tiene que haber otras oportunidades. Pero el brezo no la suelta, no se sabe si por envidia o por amor. Seguramente será por amor, es tan frágil la sámara... Y con esa forma de corazón... Los brezos son así, caprichosos y enamoradizos. Y allí muere la sámara, con la inútil semilla entre sus alas, víctima vertical de un amor que no era el suyo, entre los arrullos de un brezo no deseado.

Ni poetas ni galerucas ni alcaudones.

(Foto: sámara de olmo en brezo)

viernes, 13 de abril de 2012

Mapa lunárico


Cada piel femenina está adornada con un manojico especial y personal de lunares. Yo los imagino como pequeñas estrellas de color chocolate (dulce) en un cielo claro. 

In illo tempore, cuando yo ligaba y una mujer me ofrecía sus encantos dejándome acceder a su piel desnuda, me gustaba buscar sus lunares, asimilarlos a estrellas, agruparlos en constelaciones reales o imaginadas, bautizarlos, recorrerlos, aprendérmelos. Y luego en mi casa dibujar ese cielo luminoso sobre un papel en blanco, perfilando lo que denominaba y sigo denominando un “mapa lunárico”. 

He encontrado Osas Mayores, Menores, Andrómedas, Casiopeas, Pléyades, Sirios, Dubhes, Alcores. Las he encontrado en brazos, piernas, cuellos, espaldas, pechos, cinturas. Solo hay que buscar con cariño, sin prisas. A veces he bautizado constelaciones lunáricas con nombres inventados, como ese grupo de dos preciosos lunares que tienes en el cuello. 

Una estrella que siempre buscaba es Aldebarán, mi estrella favorita, es una manía. A veces cuesta, pero siempre se encuentra un Aldebarán en una piel de mujer. Y si no aparece, siempre la puedes imaginar situada en el lugar que más te seduzca. O dibujarla con ese lápiz dibuja-lunares que seguro existe, o nos lo inventamos. Si ella te deja, claro. 

La ubicación de los lunares femeninos es a veces sorprendente. Yo me enamoré de un Altair situado en un lugar de difícil acceso, mágico, único, lunático, especial, irrepetible. Creo que pocos ojos lo habrán contemplado y admirado. Y menos aún bautizado. Sigo enamorado de él, aunque sé que ya nunca lo perfilarán mis labios. 

Porque cada lunar femenino es un beso, una caricia dulce con la mirada, con la yema de un dedo o con la punta de la lengua, un susurro. Toda mujer lleva un cielo dibujado en su piel, el único cielo en el que creeré siempre.

(Dibujo: un fragmento de mapa lunárico)