Sucedió un día cercano a la navidad. O no; quizá sucedió otro día cualquiera. Yo viajaba en el metro desde no sé qué estación hasta no sé cuál otra, los orígenes y los destinos siempre son inciertos, agazapados. Apoyada mi espalda en el lateral del vagón, de pie, no me gusta sentarme. Frente a mí, un negro (sí, un negro, me revienta que se los llame subsaharianos, son negros a mucha honra, no sé cómo soportaríamos los blancos que ellos nos llamasen suprasaharianos) agarrado a la barra central, chándal azul muy usado, aspecto desaliñado, bolsa sucia de plástico al hombro. Maliense, o senegalés, o nigeriano; en cualquier caso –pensé– un sin papeles con los pies aún húmedos de mar, tristeza, inquietud y esperanza.
Cavilaba sobre estas cosas –en el metro cavilo mucho– cuando ví acercarse por el otro extremo del vagón otro hombre también desaliñado, también embutido en un chándal también azul y usado, también con una bolsa sucia de plástico al hombro. Solo que este era blanco y de mi tierra, su acento castellano lo pregonaba. En su mano derecha, un pocillo metálico que sacudía mientras caminaba hablando algo de parado, de sin trabajo, de solidaridad, de dos hijos que alimentar, de qué sé yo, a veces cierro los oídos para fingir que no oigo. Se me acercaba ante la indiferencia del resto de los viajeros del vagón; unos se embutían aún más en su smartphone, otros fingían leer el diario, alguno se echaba el móvil al oído para simular una charla inexistente, otros le daban descaradamente la espalda; cualquier excusa era buena para negar una ayuda al hombre, sin duda necesaria.
(Continúa)
(Foto: el metro entra en la estación)
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(Foto: el metro entra en la estación)
Espero que tenga un final feliz, estamos en Navidad...
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarMe encantan tus dibujos, pero echaba de menos tus palabras :)
Besitos, Diego :)
Lourdes, me temo que muchas historias de navidad no tienen un final feliz... Esta la he cortado en dos cachos porque soy de los que piensan que es incómodo leer en la pantalla de ordenador y procuro que cada texto no ocupe más de un pantallazo :)
ResponderEliminarAna María, yo también echaba de menos tus palabras, mujer enamorada :) Un besico
Hoy da lo mismo negros, blancos o de cualquier color en las calles cada vez se ven más personas como esas que describes, intentando sacar algunos euros para poder comer algo:(( Y es cierto que los vemos con total indiferencia...Y si nos pasara a nosotro??
ResponderEliminarNo sé como terminara tu cuento diego pero la navidad para muchos es un día como otro. Personalmente estoy deseando que pase.
Si volvemos a Madrid te aviso:))
Buenas noches.
Un beso.
Yo también quiero un final feliz para los cuentos, en navidad y siempre. Bueno, para los cuentos y para los no cuentos.
ResponderEliminarBesitos :)
La diferencia es que uno, al menos, no tiene morriña.
ResponderEliminarAltísima prosa, Diego... mejor no ahondar en esa indiferencia, tan propia de nuestras ciudades impiadosas... Un abrazo.
ResponderEliminarLaura, yo también estoy deseando que pasen estas fechas. Este año especialmente.
ResponderEliminarGata, el final de este cuento no es feliz, es realista. En cualquier caso, es una parada intermedia en el metro que nos lleva.
Paradeliña, ¿cómo se dirá morriña en senegalés?
Gracias, Darío. Menos mal que a menudo acudo a mi pueblo, donde aún no llegó la plaga de la indiferencia y la gente se para por la calle para charlar. Abrazo apretao para ti.
Por desgracia una situación que se repite por todos lados.
ResponderEliminarFeliz Navidad.
un abrazo.
Namel dicen en wolof, una de las lenguas de Senegal, aunque no sé si se corresponde exactamente a la expresión gallega.
ResponderEliminarYa me estaba a mí entrando namel de ciertas ausencias...
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