lunes, 22 de diciembre de 2008

Habitación 205

Son las ocho de la mañana. El sol hace ya tiempo que escudriña hasta el último recoveco de mi habitación doscientos cinco, haciendo huir a las cucarachas más rezagadas de la noche mauritana. El sol, el sol, el sol, mi primer recuerdo africano, el que me marcó para siempre, el que regala a estas tierras un color, una luz, una fuerza, una alegría que no he visto jamás en otras lejanías de mundos considerados más ricos.

Estoy solo, tumbado sobre la cama del viejo hotel, no sé si todavía no me he dormido o si ya me he despertado. Sobre la mesilla, a mi izquierda, al lado de una pequeña lámpara de pantalla verde y de un libro que aún no he podido abrir desde que llegué a estas tierras, un termómetro que alguien ha dejado abandonado. Lo tomo, ahueco un espacio entre la camiseta que me sirve de pijama y mi cuerpo, y lo coloco allí, bajo mi brazo. Y espero. Espero mirando esa mancha de humedad del techo que para mí es ya como una obsesión. En los tres días que llevo sin salir de esta habitación, la mancha ha pasado por diversas formas en mi mente, como si fuese un animal metamórfico. Ha sido mariposa, cabeza de caballo, pata de rana, sonrisa de mujer, y otras formas que se repiten y se repiten hasta hacer doler la mente.

¿Doler la mente? Llevo tres días que me duele todo el cuerpo, desde el mismo momento en que llegué a este pequeño pueblo, deshice la maleta y me tumbé sobre esta cama, que ya empieza a estar impregnada de mí. Fiebre muy alta, náuseas, dolor de ojos y de cabeza, cólicos, dolor de piernas, alucinaciones, toda una panoplia de síntomas para mí inconexos.

Palpo el termómetro, siempre lo hago al cabo de un rato de colocármelo, no sé por qué, será porque temo que se escape como las cucarachas, dejándome solo. El termómetro, con su barrita gris de alcohol que se dispara cada vez que roza mi cuerpo, es lo único que siento vivo a mi alrededor. Bueno, y las formas variables de la mancha del techo, que se obstinan en jugar con mi mente, como una burla o un recuerdo constante de que algo no funciona bien. Pero al menos están vivas. Dentro de unos minutos, unos pocos, miraré mi temperatura y me iré a afeitar y a darme una ducha, soportando un dolor desconocido hasta ahora para mí en los gemelos, que casi no me permite estar de pie, yo que siempre he presumido de piernas fuertes. Y regresaré a la cama, cuyo colchón desvencijado ya ha fabricado un molde de mi cuerpo. No sé por qué me afeito, sé que nadie va a venir a verme hoy, ni mañana, excepto una figura silenciosa azul que recuerdo entre alucinaciones y que entra todas las mañanas a limpiar un poco la habitación. Quizás me afeite para ella. Seguramente.

Alucinaciones, ideas absurdas que se agolpan en el cerebro, que aparecen y desaparecen, intangibles, irrecordables, ojos entornados, doloridos, palpitaciones sonoras en la sienes, sudor... mientras la mancha gira y gira en el techo, y el cuadrado de luz de la ventana se va desplazado lentamente, desde la pared de la derecha hasta el suelo de la habitación, quizás quiera trepar por mi cama para darme el beso húmedo y el susurro que no acaban de llegar…



(Foto: mi habitación 205 en un hotel de Nouakchott)

3 comentarios:

  1. Mauritania con fiebre y alucinaciones y sin poder salir de la habitación debe ser un infierno.
    Bonito relato.
    Un abrazo.

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  2. Uys, creo que se te han subido los polvorones a la cabeza, jejejeje, ya hasta desvarías :P aunque te deja una sensación de intranquilidad después de leerlo bastante interesante.

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  3. Tetealca, de todos los diferentes países que he conocido, Mauritania es el más diferente. Gusta o no gusta, pero no te deja indiferente (Me parece que me he liado...) Un abrazo para ti también.

    Zoldar, lo que se me han subido son los cordiales que compré hace unos días en Cehegín ¡Qué ricos son los pastelicos de nuestra tierra!

    ¡Feliz noche para ambos!

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