lunes, 14 de febrero de 2011

14 de febrero


Era el 14 de febrero de un año capicúa. A las doce de la mañana, Ginés caminaba sin mucha prisa por la alameda que se aleja del pueblo; había tiempo. En su mochila, unas naranjas –algo ácidas, pensaba– , unos tomates y una lechuga de su huerto. “Tú lleva el postre y algo para preparar la ensalada”, le dijeron. A las dos había quedado en reunirse con Javier y Luis en el prado de arriba, el que está en la ladera del cabezo, a una hora de camino. Desde hacía algunos años, los tres amigos se reunían en aquel lugar todos los catorce de febrero; había bancos de madera y una fuente de piedra a la sombra de los pinos carrascos. Los tres eran antidiístas, como ellos se autodenominaban proclamando su aversión a los “días de”; y en concreto al día de los enamorados. Estaban enamorados, cada uno de su quién y a su estilo, pero les gustaba manifestar su rebeldía de aquel modo inocente: yéndose al campo a comer, solos y lejos de la influencia de un Cupido impuesto cada 14 de febrero.

Ginés giró su mirada a la izquierda y lo vio, grabado en uno de los últimos chopos de la alameda, junto a una acequia seca pero que un día llevó agua. Sus trazos estaban a varios metros de altura y habían engrosado con el paso del tiempo: un corazón con dos nombres; el suyo, Ginés, arriba, y el de María debajo. Dejó la mochila en el suelo e intentó acariciar aquellos trazos con los dedos, sin conseguirlo –demasiado altos– , mientras los recuerdos se ordenaban en su cabeza.

Los dos éramos muy jóvenes, casi unos niños. Nos conocimos unas vacaciones en el pueblo, en verano. Paseos por el monte, verbenas con la pandilla, tardes de cine, risas… nuestras miradas limpias se iban cruzando, algo nacía entre los dos. Un día de septiembre, con las maletas grises del regreso ya casi listas, nos cogimos de la mano y desaparecimos en una guincha plantada de cáñamo. Allí perdiste tu primer pendiente; y yo conocí la ternura. Luego grabamos nuestros nombres en la piel de un joven chopo que crecía junto a la acequia. Tú te marchabas hacia el oeste, yo me marchaba al sur. Nunca volvimos a vernos; el invierno, la distancia y el viento se encargaron pronto de barrernos hacia el rincón de los olvidos. Pero ahí arriba seguimos, juntos. Los trazos finos por los que fluyó aquel día la savia joven son ahora cicatrices anchas, renegridas, secas y retorcidas; la cintura ha engruesado, la piel tersa de ayer hoy es arruga… pero el viejo chopo ha mantenido unidos y eternos nuestros sentimientos de aquel verano.

Ginés recordó con una sonrisa nostálgica el pendiente perdido en el cáñamo aquel lejano septiembre repleto de catorces de febrero. Recogió su mochila, miró hacia lo alto del monte; allí debían de estar ya sus amigos. Se dio la vuelta y regresó a su casa, caminando lentamente.

Tres horas más tarde, Javier y Luis lo seguían esperando en el prado, cada vez con mayor enojo.“¿Dónde se habrá metido este jodío? ¡Que le den morcilla”. Y comenzaron a asar sardinas y tiras de panceta en la parrilla mientras abrían dos botes de cerveza algo recalentada. Ese antidía de los enamorados comieron sin ensalada ni postre.

(Taller de narrativa Nicolás Salmerón. Analepsis, elipsis, prolepsis y otros palabros de ese jaez. Foto: el viejo chopo del Camino del Huerto)

10 comentarios:

  1. Yo también soy un poco antidías pero hoy me ha pasado una cosa similar al relato, he recibido un correo de mi Juan con tres angelitos, nunca me había mandado nada por ser el día 14 de febrero.
    Los recuerdos, la ternura que he sentido me han echo responder al mensaje, como el amigo del relato he dejado por un día de ser anti día.
    Quien no ha escrito su nombre en un árbol ?
    Un abrazo Diego

    ResponderEliminar
  2. Bonito relato Diego...y están todos los "psis"

    Y respondiendo a la pregunta retórica de Tara.... Nosotros.
    Los árboles... pobres testigos mudos de la común inconstancia, guardando ellos la cicatriz a veces letal...
    ¿Hace falta plasmarlo para que perdure en nuestra memoria?
    En el recuerdo de nuestra corteza queda grabada y con su aspecto inicial, fresco e ilusionado, sin manchas de moho, sin arrugas.
    En la arena de la playa, dibujados por miles de escamas brillantes,mecidos por miles de suspiros de olas, escribimos los nuestros... y el mensaje no se ha borrado.
    Tres veces he hablado con Él hoy y en ningun momento hemos dicho nada de un tema que no es nuestro ... Tenemos nuestras propias fechas en las cuales nos quedamos sin pendientes,sin ensalada y con nuestro postre ...otros días.. múltiples de 7 también.
    San Valentín nos ha perdonado , seguro.
    Tenemos suerte y ... los árboles también.

    ResponderEliminar
  3. Soy yo otra vez....
    ¡qué conste que no soy anti-día-de.... lo-que-sea.... por sistema!
    así que ...
    Feliz San Valentín para los que lo celebran, si os sale de dentro. Besos.

    ResponderEliminar
  4. El relato me conmueve, como casi siempre que te leo, Diego.

    Las marcas en los árboles, pero, no tiran para arriba. Sería que habían escalado al grabar sus nombres, o que el suelo había ido a menos ¿no? (que joío puntillista que soy)

    Abrazón,
    Esteve

    P.D: palabra de anónimo de hoy "poringue". Estos un día me insultan y encima me harán confirmarlo

    ResponderEliminar
  5. Si los árboles pudieran gritar cuando nos ven navaja en mano dispuestos a tatuarlos, o a defenderse a ramazos, no existiría tanto corazón cortecero.

    ResponderEliminar
  6. Bonita historia.
    Es curioso...me has transportado a mi infancia, recuerdo cuando era niña, mi madre canturreando al ritmo de la musica que sonaba por la radio, yo la escuchaba, cantaba muy bien...
    "Que una cinta amarilla atada al roble esté
    si es que aun mi amor, me quieres a mi
    si no la veo atada no me detendré
    y lejos me iré
    y te olvidaré
    y nunca volveré
    por eso que una cinta al viejo roble atada esté"

    ResponderEliminar
  7. Ella, realmente es mejor atar una cinta amarilla a un árbol que pegarle un tajo, y más realista: los tajos duran toda la vida y las cintas, como el amor, hasta que viene alguien detrás y deshace el nudo :D

    ResponderEliminar
  8. Después del hermoso relato, los dos comentarios que haces acaban de completarlo.
    Genial. Como siempre.

    ResponderEliminar
  9. Diego!!! cinta amarilla NO!!!! que trae mala suerte a los actores este color ...

    ResponderEliminar
  10. ¡Qué bonito! Me alegra tu visita, así he podido leer este texto, tierno y melancólico. También el de tu padre, muy emotivo.
    Un abrazo

    ResponderEliminar