domingo, 18 de mayo de 2008

Mi cueva

Las cuevas son frecuentes en los montes calizos. La que aparece en la fotografía es una cueva situada en un monte murciano. Esta cueva es desconocida actualmente, dudo que alguien aparte de mí la visite alguna vez al cabo del año.

Es mi cueva.

Hace muchos años constituyó un refugio para los pastores, como lo atestiguan, a la entrada, restos de antiguas fogatas encendidas para preservarse de los fríos invernales.

La entrada de la cueva es un agujero en el monte. Al introducirte en él hay una pequeña cámara que comunica, a través de un estrecho corredor, con otra cámara más amplia situada a mayor profundidad. En esta oscura cámara profunda hay dos columnas de unos 4 metros de altura (bueeeeno..., de unos 3 metros de altura, pero de ahí no bajo ni un centímetro, que conste...) que parecen sujetar la bóveda. Yo siempre he imaginado estas columnas como árboles colocados al revés, ancladas sus raíces en la bóveda y creciendo sus copas hacia el interior de la Tierra.

En mis caminatas por esta sierra, siempre me introduzco en mi cueva, para descansar y refrescarme, y para contarle las cosas que ocurren en su entorno próximo exterior: cómo crece el lentisco que ya casi cubre su boca y el pino de los dos troncos que me sirve de referencia para encontrarla, le hablo del ramblizo cercano que sólo lleva agua cuando cae un nubazo, de romeros, de liebres, de perdices, de torcazos... Y le cuento abonico pequeños secretillos míos que sólo ella conoce.

Al salir al exterior, una vez reconfortado, veo unas gotitas de agua impregnadas de cal suspendidas del techo del corredor. Son como lágrimas de despedida nostálgica. Pero tú sabes que no pasarán dos meses sin que vuelva a buscarte, y a encontrarte, y a descansar, refrescarme y hallar la paz en tu silencioso útero, y a contarte cosas sin hablar. Te quiero, preciosa.



(Foto: las estalactitas de la cueva de Mayrena)

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