martes, 27 de mayo de 2008

El viejo chopo

Los dos éramos muy jóvenes, casi unos niños. Nos conocimos unas vacaciones en el pueblo, en verano, cuando las vacaciones de verano duraban tres meses. Paseos por el monte, verbenas con la pandilla, tardes de cine, risas… nuestras miradas limpias se iban cruzando, algo nacía poco a poco entre los dos. Un día de septiembre, con las maletas grises del regreso ya casi cargadas en los seiscientos de nuestros padres, nos cogimos de la mano y nos perdimos en una guincha plantada de cáñamo. Allí olvidaste tu primer pendiente. Y yo conocí la ternura… Luego, en silencio, grabamos nuestros nombres en la piel de un joven chopo de la ribera del río “diego y …” Tú te marchaste hacia el oeste, yo me marché al sur. Nunca volvimos a vernos, el invierno, la distancia y el viento nuevo se encargaron pronto de barrernos hacia la fría isla del olvido.

Hoy, muchos años después, me ha venido tu recuerdo a la memoria y he buscado nuestros nombres grabados. Y los encontré, aunque algo han cambiado, el tiempo no pasa en balde… El chopillo es hoy un arbolazo de 20 metros de altura, y ahí arriba seguimos, juntos, pegados a la cruceta de las primeras ramas. Los trazos finos por los que fluyó aquel día la savia joven son ahora cicatrices anchas, renegridas, secas y retorcidas, la cintura ha engruesado, la piel tersa de ayer hoy es arruga… pero sólo el viejo chopo ha mantenido unidos y eternos nuestros sentimientos de aquel verano.
Mañana serás de nuevo bruma, pero hoy he vuelto a recordar con una sonrisa nostálgica tu pendiente perdido en el cáñamo.


(Foto: un chopo del Camino del Huerto de Caravaca)

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