martes, 10 de noviembre de 2009
El Señor Parásito (I)
Federico era un hombre feliz.
Rondaba los cuarenta y cinco años, esa edad en la que muchos hombres han alcanzado un equilibrio económico y emocional que les permite mirar el futuro con cierta tranquilidad. Llevaba veinte años casado y quería a su mujer, con la que formaba un matrimonio unido, respetado y envidiado por las personas de su entorno.
Tenía dos hijos, varones ambos, que crecían robustos y sanos, y que, de momento, sólo le habían producido alegrías y satisfacciones. El mayor ya había ingresado en la Universidad y el pequeño finalizaba ese año sus estudios escolares. Eran buenos estudiantes y prometían ser excelentes profesionales. Trabajaba en un Banco. Entró en él cuando casi era un niño, y, gracias a su tesón y comportamiento, había conseguido alcanzar un puesto de cierta responsabilidad, que hacía augurarle un futuro aún más prometedor. Su trabajo le satisfacía plenamente.
Vivía en una gran urbe, en un piso acogedor, que había acabado por fin de pagar, situado en un barrio moderno y tranquilo, algo alejado del bullicioso centro de la ciudad. Por las mañanas, le gustaba acudir al Banco caminando. Siempre lo hacía así, aunque lloviese o hiciera frío o calor. Era su única actividad física durante la semana y no quería renunciar a ella. El trayecto le llevaba unos cuarenta minutos y lo había hecho tantas veces que conocía cada esquina, cada semáforo, cada kiosko de prensa e, incluso, a numerosos viandantes que se cruzaban con él todos los días (el hombre del chándal haciendo "footing", la niña rubia camino del cole...), y que le servían como referencia para saber si iba temprano o tarde a su oficina, en función del lugar en que se los encontrara.
En su paseo mañanero, atravesaba siempre un coqueto parque del que conocía prácticamente todo: el pequeño estanque de aguas poco profundas y transparentes en cuyo centro brotaba un surtidor algo triste; las distintas especies de árboles que veía desnudarse de hojas cada otoño y rebrotar en primavera, sombreando su itinerario durante los calurosos meses del estío; los pájaros, a los que Federico era particularmente aficionado y que se afanaba en identificar en su caminata (ruiseñores, carboneros, pinzones, agateadores, mirlos...); los perros urbanos, gordos, que eran sacados a esas horas tempranas por sus somnolientos dueños para dar el único garbeo diario; la estatua de aquél ilustre músico que daba nombre al parque y que a menudo aparecía pintarrajeada por una mano poco sensible... La travesía del espacio verde le acababa de desperezar y recargaba su espíritu para afrontar la nueva jornada con jovialidad y optimismo renovados.
... Hasta aquel día, en que su vida iba a cambiar de un modo radical y definitivo. La primavera ya estaba avanzada, los árboles se habían cubierto de hojas nuevas, que daban al parque un colorido especial de distintos matices de verdes, y los mirlos se desgañitaban con ese canto suyo tan peculiar, que sólo interpretan en esta época para intentar marcar su territorio y atraer a alguna hembra necesitada de cariño. Aún no había salido el sol, pero la claridad del cielo prometía un día radiante. Federico iba empapándose de todas aquellas sensaciones. El parque estaba casi vacío.
Casi...
Federico no la vio. Detrás del tronco de un viejo castaño de Indias, una sombra humana se fijaba en él. Quizás llevaba varios días vigilando el itinerario del confiado Federico. Éste pasó a su lado absorto en la contemplación del entorno, sin percatarse de la existencia de aquella inquietante sombra. La sombra sí se fijaba en él, nerviosa y anhelante...
(sigue)
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No me fío de las sombras y menos de las que se esconden...
ResponderEliminar(no me tengas mucho tiempo esperando ¿eh?)
(encontré un librito para ti, entra en mi correo y déjame una dirección postal).
intrigadisima me tienesspron
ResponderEliminaray!!! que he puesto??
ResponderEliminarmis dedos bailan solos que bien
Diegooooooooooo como se te ocurre dejarnos así?????
ResponderEliminarMe tienes intrigadisima!!!
Vaya tela... como enganchas.
Me dejas con la miel en los labios. Pero me parece que la tranquila y ordenada vida de Federico ha llegado a su fin y todo va a cambiar para el de pronto. No creo que vaya a morir.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Hola! Disculpad mi tardanza en contestar, pero he andado unos días "fuera de cobertura" Esta historia la escribí hace unos años, y he decidido meterla en el blog en 6 capítulos, para no hacerla demasiado pesada si la incluía completa. Gracias a todos.
ResponderEliminar¡Hola! Disculpad mi tardanza en contestar, pero he andado unos días "fuera de cobertura" Esta historia la escribí hace unos años, y he decidido meterla en el blog en 6 capítulos, para no hacerla demasiado pesada si la incluía completa. Gracias a todos.
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