jueves, 19 de noviembre de 2009
El Señor Parásito (II)
Federico había sobrepasado unos metros aquél castaño cuando notó que alguien se le acercaba por detrás, con pequeños y sigilosos pasos. Antes de que pudiera volverse a comprobar quién era, "aquéllo" se le subió a la espalda, a horcajadas, aferrándole fuertemente el cuello con sus brazos y la cintura con las piernas.
Tras el susto y la sorpresa iniciales, Federico volvió la cabeza para mirar a aquel individuo enganchado a su dorso. Al principio pensó que pudiera tratarse de la broma de algún amigo, pero pronto verificó que no conocía de nada a aquél señor de rostro inexpresivo, mirada inmóvil fija en un punto lejano y boca de labios finos y rectos, cerrada. Su edad podía rondar los cuarenta años, como la de Federico, y era de complexión fuerte, algo obeso. Vestía correctamente, chaqueta y pantalón claros, un poco arrugados, y una corbata roja que, en el salto, había quedado colgando sobre el pecho de Federico.
- ¡Bájese de ahí inmediatamente! - gritó Federico dirigiendo una mirada furibunda hacia aquél rostro impenetrable.
El individuo permaneció inmóvil, sin hacer ningún gesto ni relajar la presión de brazos y piernas.
- ¡Que se baje, le digo! -
Ni caso.
Federico comenzó a zarandear su cuerpo de uno a otro lado para tratar de desprenderse de aquella carga que lo atenazaba. No lo consiguió. Se revolcó por el suelo, entre gruñidos de rabia e impotencia: el ser seguía aferrado a su espalda. Se restregó con furia contra el tronco de un cedro: sólo consiguió fatigarse. El individuo no relajó en ningún momento su abrazo, no profirió el más mínimo quejido, no alteró la frialdad de su expresión...
Permanecía adherido a su espalda, como un parásito.
- ¡Bájese, por favor! - insistía Federico con un tono algo lastimero.
Fue inútil. Resignado, aunque con evidente enojo, prosiguió su camino, llevando a su pesar aquella carga, y cavilando sobre el modo de desprenderse de ella.
Al salir del parque encontró lo que pensaba que podría ser su salvación. Un guardia municipal regulaba el tráfico en el cruce de dos calles próximas que, a esas horas de la mañana, siempre presentaba problemas de circulación.
Indiferente a las miradas que le dirigían los apresurados transeúntes y automovilistas, se encaminó, llamándole, hacia el guardia, lo más deprisa que le permitía el peso extra que tenía que soportar.
- ¡Señor agente! ¡Señor agente! -
El agente, sorprendido ante el espectáculo que se le presentaba, saludó con corrección, echándose la mano a la visera de la gorra.
- Usted dirá-
- Mire.., venía yo por el parque ese - se volvió Federico dificultosamente señalando con el dedo - cuando este señor se me ha subido a la espalda, y ahora no me puedo desprender de él. Ayúdeme, por favor... -
El agente, tras unos breves instantes de duda, agarró con sus manos los brazos del individuo, tratando de separarlos del cuerpo de Federico, suavemente al principio y con mayor fuerza después. Imposible. Luego hizo lo propio con las piernas, tiró de su cabeza hacia atrás, intentó meter la rodilla entre la espalda de Federico y el pecho de aquél hombre... Todo fue inútil. El señor parásito seguía aferrado a su víctima, constituyendo ambos un cuerpo casi único.
- Haga algo, por favor - insistía Federico.
(sigue)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Federico debería dar gracias a Dios de que no le haga pagar el ayuntamiento una matrícula de transportes...sigue, sigue ya, porfa.
ResponderEliminarPues no se me había ocurrido... No todo son desgracias para Federico.
ResponderEliminar