jueves, 26 de noviembre de 2009
El Señor Parásito (V)
El regreso a casa lo hicieron en silencio. Federico sólo deseaba llegar, cenar algo y tratar de dormir para olvidar aquella pesadilla.
La cena fue como el almuerzo: el parásito engulló cualquier alimento que el desdichado Federico tratase de llevarse a la boca.
La actitud de su mujer fue cambiando poco a poco, pasando de la comprensión y lástima iniciales a cierto enojo y agresividad que de momento intentaba controlar para que su marido no los percibiera. Empezaba a estar harta de la situación y a encontrar ridículo a su marido, a quien hasta esa misma mañana tanto había admirado y querido. Ahora no podía evitar verlo como un ser débil, dominado y triste. Sin personalidad.
Después de no cenar, Federico se dirigió como pudo al dormitorio. Se aproximó a la cama de matrimonio y se dejó caer sobre ella, sin tratar siquiera de quitarse los zapatos. Cayó como un fardo, con su parásito a cuestas, y no tardó ni medio minuto en quedarse dormido.
A media noche, su mujer lo despertó entre zarandeos y chillidos:
- ¡Y encima, ronca! ¡A ti no te dejará comer ni trabajar, pero a mí no me va a impedir dormir en mi propia cama! Fuera de aquí los dos. ¡Iros a dormir al sofá del cuarto de estar, o donde os dé la gana! ¡¡Fuera!! -
Federico, con un esfuerzo casi sobrehumano, se levantó de la cama y se encaminó con pasos cansinos y lentos hacia el sofá del salón, sobre el que se dejó caer pesadamente. El parásito seguía aferrado a su espalda; no se había despertado ni había dejado de roncar un solo instante, ajeno a los acontecimientos que sucedieron durante la noche.
Federico no pudo volverse a dormir. Repasaba mentalmente los hechos que le habían ocurrido ese día, intentando buscar un por qué y una solución. No veía razones, ni posibles salidas. Sólo sentía los ronquidos que resoplaban a su espalda y el fuerte abrazo que casi le impedía moverse. Ansiaba desesperadamente dejar de oír aquella respiración, notar que el parásito le liberaba al fin y acudir al lecho junto a su mujer gritándole ¡soy libre otra vez!, pero cada momento era más consciente de que eso no iba a ocurrir... Aquel sujeto parecía a gusto en el lugar que había escogido y no se le veía dispuesto a abandonarlo. A Federico le invadió una enorme impotencia y una gran amargura. Una lágrima, la primera en muchos años, rodó por su mejilla...
Por la mañana, al levantarse, la mujer se acercó al sofá. El parásito ya se había despertado y mantenía su mirada de siempre, inexpresiva y dirigida hacia un punto inconcreto del infinito.
- Federico- dijo la esposa con expresión serena - He estado reflexionando sobre la situación. Para mí resulta insoportable seguir así. He pensado que la única forma de salvar nuestra relación es que te marches de casa con ese individuo y que vuelvas cuando hayas conseguido desembarazarte de él. Yo te esperaré con los brazos abiertos y estoy segura de que todo volverá a ser como antes en cuanto termines con esta pesadilla. Adiós-
Se dirigió a la puerta y la abrió, invitando a Federico a salir. Éste se irguió como pudo y salió pesadamente de su casa, después de recorrer con una mirada triste cada uno de los rincones de aquel hogar, en el que tanto cariño había volcado y recibido. La puerta se cerró tras él.
No sabía adónde dirigirse...
(sigue)
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Ya te comí a besos, hoy me toca matarte.
ResponderEliminarEspera un par de días, y así termino la historia ¿vale?
ResponderEliminarAy pobre Federico... manda huevos con el parasito de los cojo...
ResponderEliminarEspero que todo salga bien...no?????
¿Salir bien? No sé yo, no sé yo... veo muy jodido al federico... Ánimo, ya queda sólo un capítulo y luego me dejo de cuentos por una temporada ¡palabra!
ResponderEliminarBUeno, me he perdido cuatro capitulos y la que has liado. He estado muy ocupado, y sigo estando , pero ha sacado tiempo de donde no lo hay. Ya me he puesto al día y cada vez compadezco más a Federico y a su mujer.
ResponderEliminarUn abrazo.