Tenía siete años. Yo. Pasaba el verano en la finca de mi abuelo. La finca de mi abuelo tenía trigo. Y una era para la trilla. Y mulas. Y un pajar para guardar la paja.
Tenía un coche de juguete. Yo. Un morris, de hojalata, pequeño, de color verde, con ruedas redondas, como todas las ruedas. Me gustaba jugar con mi morris. Lo arrastraba por pasillos y caminos, mientras hacía brrmmm con la boca. De noche, lo aparcaba junto a mi cama, en el suelo. Lo miraba hasta quedarme dormido.
Una tarde fui a jugar al pajar. Con el morris en la mano. Estuve mucho rato, brrrmmm, me gustaba jugar en el pajar. Me llamó para merendar. El abuelo. Siempre llamaba para merendar. Cuando salía del pajar vi que no llevaba el morris en la mano. Disgusto grande, era un niño. Volví al pajar. Rebusqué. No encontraba mi cochecito de hojalata. Solo encontré una aguja, con una bolita de plástico negro en una punta. La miré. Una aguja en un pajar, pensé. Raro. Me gustaba la bolita. Pero no sabía jugar con una aguja, nunca podría sustituir a mi morris verde de ruedas redondas. La tiré a la paja. Sin rabia, nunca tiro las cosas con rabia.
Me seguía llamando para lo de la merienda. El abuelo. Salí. Me dio el bocadillo de chocolate con un dónde te habías metido. Miré al pajar no para responder sino para intentar comprender. Allí se quedaba para siempre mi morris. Y la aguja.
Desde entonces sueño muchas noches con el pajar. Bueno, muchas no, solo algunas.
(Foto robada a María Jesús -Paradela de Coles)
Hiciste bien, los niños no juegan con agujas! Bonita historia.
ResponderEliminarEsa aguja, querido Diego, era de sujetar un velo de los que entonces se llevaban a misa. Y yo sé que al domingo siguiente, aquellos que iban al pajar encontraron tu morris verde.
ResponderEliminarY sé que jugaron...
Una vez más te digo que me gusta tu manera de contar.
ResponderEliminarSi es que las cosas de la infancia marcan para siempre...bueno, a veces.
Recibe mis saludos.
No hay nada más difícil para el escritor maduro que escribir la historia de un niño en primera persona.
ResponderEliminarGenial, no te digo más.
PD: la inteligencia de María Jesús no deja de sorprenderme.
Tendrás suerte.
la historias de la infancia simpre encandilan al lector. yo la he encontrado corta. Que tengas mucha suerte en este juego o concurso. O no sé..
ResponderEliminarbonitos recuerdos de la infancia, Mariajesús con sus fotos nos hace volver al pasado y disfrutar.
ResponderEliminarMucha suerte y un abrazo.
Creo que MariaJesús ha puesto el broche (o la aguja) de oro a un precioso relato.
ResponderEliminarSuerte! Un abrazo
Una historia mágica, de un morris, de una aguja, de un pajar y de un niño que se hizo hombre, sin perder la capacidad para dibujar sueños.
ResponderEliminarSuerte Diego.
Un abrazo.
Ir al pajar y encontrar la aguja, ¡que fastidio para un niño!.
ResponderEliminarMucha suerte en el concurso
Un abrazo
Hola a todos :)
ResponderEliminarDiego, me encanta este relato. "Allí se quedaba para siempre mi morris. Y la aguja." siempre puede uno volver al pajar, a tener ilusiones de que el morris o la aguja aparezcan mientras se juega.
Un beso en un pajar para tí, Diego :)
Besos para los demás :)
Entrañable relato Diego,y Maria Jesus con su comentario me ha hecho reir mucho.
ResponderEliminarMuy bonita historia.
ResponderEliminarSigo leyendo.
Besos y suerte.
Cada vez que entro a este blog me llevo una grata sorpresa. Estupenda historia.
ResponderEliminarUn saludo
Pues sí, María Jesús, mi abuelo sabía perfectamente a quién pertenecía esa aguja perdida... Un abracete para todos.
ResponderEliminarLindisimo paseo por esa mente infantil.. lindisimo paseo entre recuerdos que trasmiten hasta olores y sensaciones, como el pan con chocolate.. .Felicidades.
ResponderEliminarMuy bonito Diego. Precioso.
ResponderEliminarUn beso
tic tac
ResponderEliminar