domingo, 22 de noviembre de 2009

El Señor Parásito (III)


El guardia comenzó a dar unas vueltas pausadas alrededor de aquella extraña pareja, apoyando su mano sobre el mentón.

- No puedo intervenir – dijo finalmente.
- ¿Cómo que no puede intervenir? ¡Esto es el colmo! ¡Va uno tan tranquilo por la calle, lo atropellan, lo avasallan, y encima la autoridad dice que no puede intervenir! - se indignó Federico, cada vez más exaltado.
- ¡Vamos a ver! Este señor - gritó el agente, señalando al individuo con la porra - ¿le ha quitado algo? No. Entonces no es un ladrón. ¿Son ustedes una manifestación, para poderlos disolver? No, pues sólo son dos y, además, no llevan pancartas. Ni siquiera es un accidente de tráfico. No puedo intervenir... -
- Al menos - dijo Federico recuperando por unos momentos su habitual sentido del humor - múltele usted por estar mal aparcado... -
- ¿Se cree usted gracioso, eh? - gritó indignado el municipal - ¡Al único que podría multar es a usted, por llevarse a un transeúnte, así que, circule, circule! - y se reintegró entre golpes de silbato a sus labores de regulación del tráfico.

Federico quedó solo con su carga. Dirigió su mirada hacia aquel rostro que se apoyaba en su hombro, pero no dijo nada. ¿Para qué?. Se arrimó a una esquina, restregó a su parásito contra la pared en un nuevo y vano intento de desprenderse de él. El individuo ni siquiera movió un músculo.

Cumplidor como era, dirigió entonces sus pasos hacia la oficina, con temor a poder llegar tarde. El trayecto fue doloroso, no sólo por el peso que debía soportar, sino por las miradas y comentarios que acompañaban su camino.

En el Banco, la sorpresa de todos sus compañeros de trabajo fue enorme al verlo aparecer en aquellas circunstancias. Al principio pensaron que, dado el sentido del humor de Federico, se trataba de una de sus clásicas bromas, aunque pronto, y tras el relato de lo ocurrido, comprobaron que no era así. Entonces trataron afanosamente de desembarazarlo de aquella carga. Unos cuantos tiraban de Federico hacia adelante y otros pocos del señor parásito hacia atrás. Sólo consiguieron hacer daño a Federico, mientras el individuo permanecía impasible ante el nuevo intento de separarlo de la víctima que había elegido. Poco a poco, y ante su impotencia para resolver la situación, se fueron retirando todos hacia sus respectivos puestos de trabajo y Federico, con el rostro entristecido, hizo lo mismo.

Sentado ante su mesa, estaba ridículo con aquél señor inexpresivo atenazado a su espalda. La imagen era patética y muy negativa para la actividad profesional de Federico, que le exigía un contacto contínuo con el público. Esa mañana, los posibles clientes se marchaban al ver aquella escena, conteniendo la risa y con la impresión de que ese Banco no podía ser serio al permitir situaciones como aquélla entre su personal. Esta circunstancia hizo que, al final de la jornada laboral, el Director de la entidad llamase a Federico a su despacho.

- Federico - le dijo - Yo entiendo que lo que te ha ocurrido es algo de lo que tú no tienes la culpa, pero la imagen que estás dando es totalmente negativa para ti y, sobre todo, para los intereses de este Banco. Por ello te ruego que no vuelvas por aquí mientras no hayas resuelto tu problema. Ten la seguridad de que mantendremos tu puesto sin cubrir durante un tiempo razonable que te permita reincorporarte cuando te hayas liberado de tu carga. Ánimo... -

Federico apretó la mano que le tendía su Director y, sin decir palabra, salió del despacho.

Ya en la calle, se dirigió a la parada del autobús que debía trasladarlo hasta su casa. Ese día no quiso volver andando, para evitar en lo posible las risotadas y comentarios que acompañaban su paso. En el autobús, y tras una acalorada discusión con el conductor, tuvo que pagar dos billetes a pesar de sus explicaciones de que no tenía nada que ver con aquel personaje que colgaba a su espalda.

Su mujer lo esperaba como todos los días con la mesa puesta y la comida preparada. Al oír la llave en la cerradura, se dirigió a la puerta, para darle la bienvenida con un beso, como hacía siempre.

(sigue)

3 comentarios:

  1. Por favor, por favor, por favor...¿cuánto tiempo me vas a tener así?

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  2. Paradeliña, pensé escribir la historia de tirón, pero es un poco larga y en el ordenador se lee mal todo lo que supere una pantalla. Por eso la dividí en seis capitulillos. Ya sólo quedan cuatro. Espero que aguantes hasta el final...

    Ella, tranquila, que yo sigo...sigo...sigo. Pero no te vayas ¿eh? que tienes que llegar hasta el final.

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